Cuando era adolescente me pegaron un repaso que me dejó fino para los restos. Fue una represalia política en toda regla que no voy a calificar de injusta porque las cosas se juzgan con las leyes que rigen en el tiempo en el que suceden. Sin duda yo me las salté y alguien, concretamente el profesor de Formación del Espíritu Nacional, vio en ello una oportunidad de oro para ejemplarizar. Porque ya por aquel entonces, mediados los cincuenta, los pequeños hijos de la burguesía empezaban a tomarse a chirigota el régimen franquista y eso, como es natural, tenía que poner muy nerviosos a los que vivían de él. Después, habiendo alcanzado yo alguna notoriedad como revoltoso cuando los estertores del régimen, mi padre me dijo un día que por qué no le mandaba un pequeño mensaje a aquel profesor sañudo. La verdad, nunca le había oído decir a mi padre tamaña majadería. Porque, excepción hecha de las cosas de su salud donde se comportaba en talibán, era una de las personas más sensatas que he conocido. Pensé que a lo mejor no tenía muy buena conciencia al respecto, porque más que defenderme en aquel trágico trance lo que hizo fue dedicarse a echar más leña al fuego como para purificarme de por vida de todas las veleidades graciosillas a las que quizá me veían muy inclinado.
En fin, el caso es que de aquello salí y, no sé, pero juraría que fortalecido por comparación a los que no pasaron por trances parejos. Los ingleses, según he leído en algún sitio, piensan que es muy bueno para la educación en general que los niños se vean sometidos de vez en cuando a alguna injusticia. Porque injusto, dicen, es el mundo en el que van a vivir y conviene que les pille entrenados. El hecho de haber sentido el dolor de ser arrancado de cuajo de un medio amable para ser trasplantado en otro mucho más duro me dio derecho a experimentar emociones no precisamente blandas ni olvidables. A los quince años, y después de haberse sentido repudiado, no parece fácil construirse un nuevo entorno protector. Sin embargo lo es, o al menos para mi lo fue. Antes de un mes ya tenía un grupo de adeptos con los que hablar de los curras piporros, los compas más pajilleros y esos topics típicos de cualquier corrillo adolescente. La dureza del medio, no me costó mucho darme cuenta, crea vínculos más fuertes so pena de estar más expuesto al castigo. Fuere como fuere, en fin, me permitió observar el mundo desde otro ángulo y, eso, sin duda, ensanchó mi perspectiva, lo que no es poco.
Después, a lo largo de la vida, he pensado muchas veces que aquel episodio me marcó para los restos. El andar de aquí para allá ha sido la pasión de mi vida y creo que lo sigue siendo. Llegar a un sitio, explorarle, dominarle, dejar una colonia, o no, y largarse en pos de nuevas conquistas. Siempre ligero de equipaje y abierto a las sorpresas. Y no es que crea ni mucho menos que haya sido la mejor manera posible de pasar la vida, pero no maldigo mi suerte porque ahora, al menos, se tocar la guitarra... porque si no supiese, ¿de qué me hubiese servido tanto trajín?
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