martes, 24 de noviembre de 2015

Autoanálisis

En fin, la cuestión es que cada uno es como es y no hay nada peor que intentar ponerle puertas al propio campo. Bastante tiene uno con las que le ponen los demás. Sin embargo, tampoco quiero decir con esto que haya que ser como el escorpión de la fábula. Ser como se es no es excusa en ningún caso para no tener en cuenta que los demás son como son y no sólo hay que respetarlos sino también saber adaptarse a ellos cuando nobleza obliga. Pero eso sí, procurando siempre no perder la conciencia de la extranjería a la que uno se somete por propia voluntad o conveniencia... se cometen muchos errores en la vida antes de aprender un poco sobre estas cosas. 

Todo muy bonito y muy claro, sí, pero que demonios quiere decir "ser como se es" y "ser fiel a uno mismo". ¿Es que acaso es posible llegar a tener una mínima de idea de lo que somos? Por mucho que nos observemos y nos autoanalicemos, si es que esto quiere decir algo, al final siempre acabamos movidos por impulsos motivados por lo que nos parece que nos puede favorecer. Lo que nos permite tirar hacia delante al precio que sea con tal de que te lo puedas pagar. 

Tirando hacia delante, de derrota en derrota, huyendo siempre del fantasma de la muerte que se sube a la chepa tan pronto lo tienes todo medio controlado. Estabilidad sinónimo de muerte, ese es mi sino. Necesito volver a tirarlo todo por la borda para recuperar la sensación de vida. De que tengo una tarea por delante: la de volver a caer en la misma trampa. Porque ese el drama, estar siempre ansiando lo que se sabe que una vez alcanzado se va a detestar. Seguro que los siquiatras tienen un nombre para ese tipo de personalidad. Paranoia o algo así.

Y no es que me suela sentir perseguido por no se sabe que clase de fuerzas misteriosas, pero sí que he podido identificar dentro de mí un par de anomalías discapacitantes contra las que nunca pude hacer nada por más que lo haya intentado. Una es el miedo escénico: tan pronto me siento observado me paralizo. La otra es el estar de más... no sé, quizá la incapacidad de integración, o la falta de autoestima o lo que sea, que me da igual porque es algo de lo que me curo fácilmente por el simple procedimiento de echarme a un lado. 

Yo, como soy un curioso impenitente, no he parado de preguntarme desde que tengo conciencia de ello por qué demonios me tienen pasar a mí estas cosas. He conocido mucha gente infinitamente menos preparada que yo o mucho más plasta que no le cuesta nada dirigirse a un numeroso auditorio o quedarse en un sitio donde no está pintando nada. Tiene que ser algo, me digo, con la manera en que fuimos tratados cuando eramos niños. Juraría que en mi caso se me sometió a un tercer grado para labrarme un más que sólido sentido del ridículo. Como en tantas familias sinsorga el principal pasatiempo de sus reuniones consistía en contar cosas de los niños que les parecían muy graciosas. Y las repetían una y mil veces sin caer en la cuenta de que si los niños estaban delante lo podían percibir como algo humillante o vejatorio. Los familiares necios no saben hasta que punto son nocivos cuando utilizan a los niños como sustento de sus conversaciones. Más les valiera atarse una rueda de molino al cuello y dedicarse a arrastrarla.

En fin, no sé lo que me habrá impulsado a escribir hoy sobre estas cosas. Quizá tenga que ver con que las circunstancias personales me han obligado a ibuprofenizarme. 

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