jueves, 19 de noviembre de 2015

Un periodista en París

Los medios de comunicación de todo el mundo andan de vacaciones. Sus empleados estrella han cogido el avión y se han largado a París a beber moet chandon y bailar sones de Gershwin. Americanos todos a la postre. Como no podía ser de otra manera, porque ¿a ver quién va a ser el tonto que no quiera ser americano?  

Antaño era lo mismo cuando se moría un Papa. Los periodistas, entonces, se tiraban un mes sin pegar sello. Entre el que se había ido y el que estaba por venir tenían saldo de chascarrillos y conjeturas para emborronar toneladas de papel sin tener que despeinarse. Porque, vamos a ver, ¿a quién le puede importar un comino, salvo a los que están en el escalafón de la Iglesia, que haya un Papa u otro? Un Papa más abierto, más conservador, más intelectual, más lo que quieran, nunca dejará de ser un muerto viviente que preside una institución fantasma. Lo que pasa es que ya sabemos el tirón que tienen las historias de fantasmas como espoleadoras de la industria turística. La Capilla Sixtina, ¡uy, por Dios!, entras allí y al rato ya te tienes que cambiar la ropa interior de abajo. 

Es todo como de risa. Ahora nos quieren convencer de que andemos con sumo cuidado porque tenemos al enemigo metido en casa. ¿Y cuando no le tuvimos? Y más que en casa, diría yo, dentro de nosotros mismos. Y lo que es más, no conseguiremos expulsarle hasta que la escasez nos obligue a estar todo el día currando para poder sobrevivir. 

En fin, voy a ver si me distraigo un poco intentando recuperar una bourrée de Bach que tengo medio olvidada. 

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