lunes, 23 de noviembre de 2015

Primitivismo

Isidoro tiene una conocida catalana que se llama Montse que por circunstancias de la vida suele acudir a las mismas cenas que él. Lo que Isidoro no soporta es que Montse esté siempre apelando a los sentimientos para justificar la brasa que nunca para de dar con lo de su querididisísima Cataluña. Entonces, qué pasa, que los demás no tenemos sentimientos, se pregunta medio indignado Isidoro. Pues sí, claro, cómo no vamos a tenerlos, lo que pasa es que como hemos alcanzado un cierto grado de civilización hemos aprendido a metérnoslos por donde nos quepan y hacer como que no les tenemos. Así, por ejemplo, podemos estar con un francés, un inglés e, incluso con un bosquimano, sin necesidad de darle la lata con las cosas de nuestro lugar de nacimiento. O de nuestros hijos. O de nuestros nietos. 

El asunto de la exhibición de los sentimientos, lo confieso, siempre me ha olido a cuerno quemado. Nunca se me olvidará que una vez que iba de camino, al llegar a Casares de Las Hurdes lo primero con lo que me topé fue con una mujer mayor vestida de negro y dando gritos a la puerta del ayuntamiento. Luego me enteré de que era a causa de que se le había muerto una hija cuarentona. Sin duda el primitivismo de aquella mujer le obligaba a dar a entender a sus vecinos que tenía el corazón destrozado. Sin embargo, lo más probable es que estuviese consternada por haber perdido una fuente de seguridad y punto. Y es que, excepción hecha de los padres hacia los hijos cuando son pequeños, que es una cosa puramente biológica, lo de "te quiero más que a mi vida", que decía la canción, a mi modesto juicio no es otra cosa que un "ponte bien y estate quieto" que te voy a destrozar la yugular... que es, ni más ni menos, lo que hacen tantos catalanes con Cataluña que es que la tienen hecha unos zorros de tanto chuparle la sangre. 

Sentimientos, como dice Isi, los tenemos todos, pero cuando nos civilizamos, pienso, los pasamos por el cedazo de la razón para convertirlos en afinidades electivas. La amistad, por ejemplo, sentimiento noble donde les hubiere, qué sentido tiene, como sostenía Pla, si no sirve para enriquecerse mutuamente. Y el que no quiera reconocer eso es un perfecto sandio. O un prisionero de los clanes condenado a la miseria espiritual de por vida.

En fin, las cosas de Apolo y Dionisos que esquematizaban los clásicos. Si Dionisos se apodera del cotarro, entonces, las mujeres se echan a bailar desnudas por el monte y las estanterías de los supermercados se vacían. Afortunadamente estamos muy lejos de eso, incluso en Cataluña. Y no es que crea yo que haya que meter a Dionisos en el truyo como hizo Penteo con tan malos resultados, no, creo que bastará con confinarle en las discotecas los sábados por la noche. Del resto ya se encargará Apolo. 

Y Montse a estas alturas, con la que le está cayendo encima, seguro que ya está medio curada. O medio civilizada, para que mejor nos entendamos. 

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