sábado, 13 de febrero de 2016

Chascarrillos

De vez en cuando, sin querer, uno se entera de chascarrillos que tienen su aquel. Por ejemplo, Nati Mistral, una actriz que admiré mucho en mis años de estudiante, ha dicho con la facundia que le da su prolongada condición de diva, que el Sr. Sánchez, posible, pero Dios quiera que no probable, Presidente del Gobierno de España, parece un peluquero de señoras. Una apreciación que comparto y que, por supuesto, no creo que quiera ser peyorativa: los peluqueros de señoras me parecen señores de lo más respetable, pero es indiscutible el abismo que les separa de la prestancia apolínea que debe emanar de un mandatario. Es como aquella foto del bedel Zapatero en una esquina alejada de la mesa, haciendo como que revisaba papeles, mientras sus supuestos colegas mantenían animada charla en el otro extremo de la habitación. Cada uno sirve para lo que sirve y Zapatero hubiese sido un espléndido bedel y el Sr, Sánchez a buen seguro podría llegar muy alto arreglando los pelos de las famosas. 

Pero lo que realmente me ha encantado ha sido leer el alegato que hace la cantante Alaska contra el sentimentalismo y a favor de la razón. A mi nada modesto juicio ahí reside la madre de nuestro mayor problema: la incapacidad de asumir el material del que estamos hechos. Lo he dicho mil veces y lo repetiré por activa y pasiva: este país, mi querida España, no despegara del todo hasta que no desentronice los Sagrados Corazones diseminados por las encrucijadas y altozanos de las ciudades y pueblos. Apelar a los sentimientos, al corazón misericordioso, para socorrer al prójimo en apuros es propio de primates previos a la mutación que les hizo homínidos. O, si quieren, viniendo un poco más acá, de cristianos previos a la revolución renacentista. ¿Han visto ustedes algún sagrado corazón en las ciudades de cultura protestante o calvinista? Y sin embargo en ellas se socorre tanto o más que en las católicas a los desválidos. Porque, señores, lo de socorrer a los desventurados no es cosa de buenos o malos sino de listos o tontos. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que no hay cosa más tóxica que las personas que están mal. Por eso, aliviarlos es la inversión más rentable que se puede concebir. Pura matemática en definitiva. 

En fin, menos mal que de vez en cuando se escucha decir a gente de lo que se ha dado en llamar mundo de cultura, cuando lo es del espectáculo, cosas con sentido común, porque, es que, madre mía, qué gente más elemental... o subdesarrollada, con esa obsesión porque se les tome por buenas personas. Como si eso fuese algo. ¡Pobres idiotas!

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