jueves, 4 de febrero de 2016

El Pelotudo

Que este Papa es un pelotudo ya me lo venía temiendo desde el mismísimo momento que le escuché por primera vez. Hoy lo confirmo al cien por cien al leer lo que acaba de decir: "Soy servidor de un mundo destrozado". Ni Perón hubiese podido afinar tanto. Está claro, si el uno llegó para destruir Argentina, el otro argentino ha llegado para cargarse lo que queda de la Iglesia Católica que, en esencia, debe de ser bastante poco. 

De todas las formas de ser repugnante, la que más, a mi juicio, es la de dárselas de sufrir una barbaridad viendo el sufrimiento de los demás. Lo de preguntarse por qué sufren ¿para qué? si siempre es por culpa de los de siempre, o sea, los que no se corrieron las clases cuando eran jóvenes. 

De todas formas, comprendo al Pelotudo. Como comprendo la amargura de todos los que van a menos por su puritita estupidez. Por los curas ya ni en las aldeas dan un chavo. Y en los suburbios ni te digo. Y  todo por esa obsesión de ir pregonando a los cuatro vientos que yo soy igual que vosotros. "Trátame de tú, por favor". Su forma de entender la cercanía. Qué poderes sobrenaturales se van a tener así. En fin, cualquier cosa antes de volver a subir el Calvario como aquellos curas de cuando la República que fueron los últimos de Filipinas. Aquel peligroso oficio de intermediarios entre las beatas ricas y los pobres. Afortunadamente hoy día intermedia el Estado vía impuestos y, los curas, arqueología social. Por eso los ayuntamientos ponen unos cuantos por las calles para que les fotografíen los turistas. Ya saben, el parque temático, como el caganer en el nacimiento.  



Por otro lado y cambiando de tema, fíjense ustedes si no es para estar contentos: como demuestra la experiencia más reciente se puede vivir 107 años bebiendo un litro y medio de tintorro en cada comida. Si Antonio Docampo García pudo, por qué no yo. Ya lo decía Celestina: 

"Asentaos vosotros, mis hijos, que harto lugar hay para todos, a Dios gracias. Tanto nos diesen del paraíso cuando allá vamos. Poneos en orden, cada uno cabe la suya; yo, que estoy sola, pondré cabe mí este jarro y taza, que no es más mi vida de cuanto con ello hablo. Después que me fui haciendo vieja, no sé mejor oficio a la mesa que escanciar, porque quien la miel trata siempre se le pega de ella. Pues de noche, en invierno, no hay tal escalentador de cama. Que con dos jarrillos de éstos que beba, cuando me quiero acostar, no siento frío en toda la noche. De esto aforro todos mis vestidos cuando viene la Navidad; esto me calienta la sangre; esto me sostiene contino en un ser; esto me hace andar siempre alegre; esto me para fresca; de esto vea yo sobrado en casa, que nunca temeré el mal año, que un cortezón de pan ratonado me basta para tres días. Esto quita la tristeza del corazón más que el oro ni el coral; esto da esfuerzo al mozo y al viejo fuerza; pone color al descolorido; coraje al cobarde; al flojo diligencia; conforta los celebros; saca el frío del estómago; quita el hedor del anhélito; hace potentes los fríos; hace sufrir los afanes de las labranzas; a los cansados segadores hace sudar toda agua mala; sana el romadizo y las muelas; sostiene sin heder en la mar, lo cual no hace el agua. Más propiedades te diría de ello que todos tenéis cabellos. Así que no sé quién no se goce en mentarlo. No tiene sino una tacha, que lo bueno vale caro y lo malo hace daño. Así que, con lo que sana el hígado, enferma la bolsa. Pero todavía con mi fatiga busco lo mejor para eso poco que bebo, una sola docena de veces a cada comida. No me harán pasar de allí salvo si no soy convidada como ahora."

¡Ay si el Pelotudo se sentase un poco más cabe el jarro!

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