miércoles, 17 de febrero de 2016

Desgraciados

Andaba ayer por la noche con el zappeo habitual y de pronto me di cuenta de que se me estaba avinagrando por momentos el espíritu. Empecé a sentir algo así como que este mundo es una mierda sin solución posible y, entonces, como todavía no tengo muchas ganas de morirme, pensé una vez más que mi lugar no puede ser otro que uno lo suficientemente apartado de las vanidades del mundo. En medio de la estepa. 

El caso es que apenas había empezado a ver una película y, zas, un tipo picándose en el pie, otro que llega, hostias por aquí y por allá... quita, quita, y le doy al botón. Otra pelí, más de lo mismo, paso. La siguiente, de entrada veo a Binicio del Toro, Catherin Zeta Jones, Michel Douglas. Buena escusa para quedarse. Más drogas. Aguanto un rato, el suficiente para escuchar a Douglas un alegato demoledor. Le han nombrado máximo responsable estatal de la lucha contra las drogas y está dando su discurso inaugural. Tópico sobre tópico, que si es una lucha difícil, pero la vamos a ganar y tal. Hasta que empieza a titubear, a susurrar frases inconexas, silencio... y, de pronto, lo siento, señores, pero no puedo aceptar porque ésta es una lucha contra un enemigo que está en la familia y no sé cómo se lucha contra tales enemigos. Douglas tiene una hija drogadicta que le obliga a llevar una doble vida. 

Ya, antes del zappeo, había estado viendo algún telediario que otro de las generalistas mundiales. La BBC o I24News o CNN, da igual porque todas informan de lo mismo a la misma hora. En este caso del viaje del Papa a México. Andaba el buen Bergoglio diciendo chorradas por la parte de Monterrey, cerca de la frontera con Texas. Debe ser duro vivir en Monterrey sometido a ley de la frontera. Una frontera con ricos infelices a un lado y pobres desesperados al otro. Y la naturaleza como siempre creando nexos entre las partes por más diversas que sean. Carteles violentos de un lado, familias deshechas del otro. Y la vida sigue para el que sigue. 

Yo también le he dado a las drogas, cómo no. Tratando de aliviar mi infelicidad, supongo. Y recuerdo un día en el que un chaval que aparentaba tener muy en cuenta mis opiniones de tipo provecto-guay me preguntó si estaba a favor de la legalización de las drogas. Le di un no rotundo que juraría le dejó descolocado. Y no es que yo estuviese seguro de nada al respecto, pero tuve unas ganas irreprimibles de destruir la imagen de tipo guay que venía dando a los chavales. Es estúpido, pensé quizá por primera vez, traicionarse a si mismo para no quedarse solo. Porque para aquel entonces, yo no tenía formada una idea clara respecto a legalización o no, pero si tenía más claro que el agua que sólo consumen drogas los desgraciados. 

Y ese es el quid de la cuestión, ¿por qué hay tanto desgraciado en el mundo de los ricos como para financiar con su ansia de consuelo a esos carteles que son capaces de eclipsar el poder de los Estados en amplias partes del territorio? Es lo que nadie se pregunta antes de ir a esa guerra contra las drogas. Porque mientras no se alivie la desgracia todo lo demás huelga. Y no parece que estemos en el camino de aliviarla sino todo lo contrario. 

No sé, pero todo esto ya resulta muy cansino. Porque está en nuestra condición humana que lo que empieza siendo comunión de los santos, a nada que te descuides, se acabe convirtiendo en cuatro días en baile de vampiros o noche de muertos vivientes. Sí, la inocente comunión de los santos. Dionisos desencadenado. Buen tema para Tarantino.  

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