El secreto reside en la calidad de los puntales. Si son de baja calidad el edificio se desmorona al poco. Y, también, si todos están del mismo lado. Por no hablar de la falta de mantenimiento.
Enkidú se fue a los bosques del Líbano porque le habían contado que allí se encontraba la mejor madera. Gilgamés no le quiso acompañar. Prefirió quedar desconsolado sujetando los gastados puntales de su reino. Enkidú murió en el intento, pero alcanzó la gloria futura. Gilgamés, derrotado ya, intentó recuperar la gloria del pasado bajando a los infiernos. Vano intento. El infierno es el vacío.
Estoy impaciente porque sé que en cualquier momento va a sonar el timbre anunciandome la llegada del nuevo puntal que he comprado en Amazón: un guitalele. Es decir, una guitarra del tamaño y por tanto el sonido, una quinta más arriba, de un ukelele. La gracia del invento va a ser que cuando vaya de gira por las llanuras solitarias lo podré llevar conmigo sin problema. Pararé en cualquier lugar ameno, desenfundaré y me pondré a trastear un giga melancólica, o una sarabanda de Poulenc, o acaso el claro de luna si la ocasión lo pide.
En fin, puntales.
Un laúd como los que aparecen en los cuadros de Durero te quedaría también que ni pintado. Por cierto, ¿hoy no te tocaba hablar de doña Espe?
ResponderEliminarUnas calzas y un jubón, también.
ResponderEliminarDoña Espe, vestigio pintoresco de un mundo revolu. Pretendo estar en el siglo.