Desde luego que mi vocación de cenobio se incrementa día a día y no creo que tarde en ponerla en práctica si los dioses omnipotentes me dan fuerzas para ello. Porque el asunto que me corrompe y cansa hasta ya no poder más es sentir la pérdida de tiempo que me supone el ser mundano. Dios mío, la cantidad de basura, de hojas parroquiales, que hay que tragarse para poder convivir sin sobresaltos.
En realidad lo que me pudre, o alimenta mi mórbido pesimismo, es la cada vez más firme convicción de que son muy pocos los humanos que puede vivir sin sus inquebrantables adscripciones de todo tipo: a un equipo de fútbol, a una ideología, a un terruño, etc., pero, sobre todo, lo más dañino, como digo, a una hoja parroquial. La hoja parroquial es el alma del pueblo: El País, el ABC, La Vanguardia, etc., a cada cual más mierda de toro, como dicen los ingleses.
El ser humano y su lamentable propensión a encerrar el mundo en su puño. Tenerlo todo atado y bien atado, como dijo el más grande por sibilino de los padres de nuestra patria moderna. Del Madrid o del Barcelona, pero eso sí, a muerte. Sin el menor resquicio para que no se me escapen las esencias y empiece a titubear. Y Descartes que se joda.
El caso es que llevo unos días intentando centrarme en dos objetivos concretos: Against the Gods y The Feynman Lectures on Physics. Dos objetivos, se lo aseguro, de cierta altura. Y que, por tanto, no han tardado en ponerme en el sitio que me corresponde: el de ignorante total de la ciencia básica necesaria para comprender cualquier cosa de enjundia. En realidad no es éste un sentimiento que me sea ajeno: ya lo padecí cuando pretendía hacer de fisiólogo respiratorio con conocimientos párvulos de matemáticas, física y química. Claro, entonces, la imposibilidad de avanzar me mató de aburrimiento. Y escogí el mal camino: el de las hojas parroquiales. Pero ahora, les juro por lo más sagrado que no voy a tropezar en la misma piedra por segunda vez; ahora me voy a poner a cavar bien hondo para cimentar con fundamento. Y en ello estoy, en la ciencia de las probabilidades, la única artillería que permite a la humanidad enfrentarse a los dioses con alguna posibilidad de ganarles terreno. La probabilidad: la cuantificación de la incertidumbre. Y del riesgo, por lo tanto.
En fin, que no daría yo por tener la voluntad necesaria para no volver a mirar, ni de reojo, una sola hoja parroquial. Ser ignorante total de las estériles querellas que mantienen los humanos en su afán de confirmarse en su pequeñez y vaguería. Dios, con lo flipante que tiene que ser quedarse en suspenso contemplando el universo y comprender una brizna de su sorprendente mecánica. Mecánica cuántica. Acaso probabilidades. Ni zorra idea.
Ánimo...
ResponderEliminarThanks, lo voy a necesitar.
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