Anoche pasaron por una de esas cadenas raras la película de Wim Wenders "Paris, Texas". La pillé cuando zapeaba de puro aburrimiento. Me había pasado el día viendo vídeos de combinatoria y no me quedaban neuronas para nada de sustancia, así que dar con un folletín fue una fortuna. Porque eso es "Paris, Texas", un folletín de los pies a la cabeza. Como aquellos de Guillermo Sautier Casaseca con los que lloró toda España en los años 50 del siglo pasado. Y, también, supongo, como casi todas las vidas, empezando por la mía.
Porque así son las cosas, si a una vida como la mía o la tuya, o la de cualquiera, le pones unas inverosímiles fotografías, una música manipuladora a reventar y, para rematar, le añades una versión inteligente de los diálogos que tuviste en alguno de los episodios tensos que pasaste, entonces, ahí tienes un folletín como una casa. Folletín que, si se da la circunstancia de que el director que la realizó es uno de esos considerados como de "culto" que le dicen, pues ya tienes asegurada una crítica favorable en todos los círculos cinéfilos de cariz fetichista. O sea, en casi todos.
El caso es que recordaba perfectamente haber visto esa película cuando todavía ejercía de rokero que nunca muere. En alguno de esos cines a los que sólo iban fetichistas con pedigree. Pero si alguien me hubiese preguntado de qué iba sólo hubiese podido contestar cuatro vaguedades inconexas. Porque lo tengo que confesar, cuando ejercía de rokero, o de intelectual a la última, a D. G. no me enteraba de nada. Porque imagínense que me hubiese enterado y hubiese dicho a la ilustre compañía que aquella película era un folletín a la Sautier Casaseca con aires de grandilocuencia. Hubiese sido tanto como llamarles marujas, a ellos, que estaban tan entusiasmados con su altura de miras. ¡Un folletín, por Dios! No tienes ni idea.
Esas edades en las que los tópicos son sagrados. ¿Como vas a reconocer que tienes gustos parecidos a las porteras? La única diferencia en toda caso es que necesitas un excipiente un poco más sofisticado para tragarlo. La música, la fotografía, la economía del lenguaje, el método actoral, etc.. Pero en esencia, lo mismo: el folletín, el género que nunca cansa por el tipo de emociones que suscita. Las blandas, para que nos entendamos. Las que mejor nos reconcilian con nosotros mismos.
En fin, fue una gran velada la de anoche.
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