domingo, 25 de agosto de 2013

Anís del mono



Me acabo de instalar en una nueva casa. Los que me conocen de largo me suelen preguntar no sin sorna que qué numero hace ésta ya. No sé, quizá la cien. O más, pero no muchas menos en cualquier caso. Desde luego que no puedo explicar por qué tengo esta querencia tan poco común del cambio. Del cambio por el cambio, o sea, del puro y duro "donjuanismo" por decirlo con un término tirando a técnico.

Pues bien, mirando ayer por aquí y por allá de pronto di con algo que pudiera orientarme al respecto y de paso ayudarme a salir de un cierto marasmo si no de culpabilidad sí de la molesta conciencia de ser un chisgarabís. En realidad no es nada nuevo. Ya lo apuntó Miguel de Molinos en su "Guía Espiritual" y no pocos trastornos que le trajo el invento. Es lo que tiene adelantarse varios siglos a su época. Decía que no debemos atormentarnos por lo que hayamos hecho, sea lo que sea, porque en todos los casos no será sino la consecuencia de un designio divino. O sea, exactamente lo mismo que sostiene hoy día la ciencia más sofisticada: donde dije designio divino digo diseño genético. Por lo visto, dicen los sabios, hay una versión más larga del gen receptor de dopamina. D4DR le llaman. Dopamina, ya saben, esas pastillas que consume a espuertas el Sr. Dragó para poder estar todo el día como una moto. Es decir, buscando emociones. 

En definitiva, que los hay que nacen con esa versión más larga del gen y no necesitan las pastillas del Sr. Dragó para ser incapaces de evitar estar todo el día de aquí para allá poniendo en riesgo, ya sea la vida, ya sea la estabilidad o lo que sea, con tal de poder echarse unas cuantas emociones al coleto. 

Así que no hay nada más allá de lo que sostiene el mono del anís: "Es el mejor. La ciencia lo dijo y yo no miento". Y no hay que darle más vueltas aunque ello nos plantee muy serias cuestiones morales. ¿Deberemos castigar en adelante a los niños traviesos? ¿Tiene sentido mantener abiertas las prisiones? No sé, pero si la ciencia lo dice...

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