Creo que fue Aristóteles con su afán clasificador el primero en diferenciar al hombre del resto de los animales. No estuvo mal, lo que pasa es que seguramente erró el argumento. Desde luego, en cualquier caso no es cuestión de racionalidad e irracionalidad. Porque ni los unos son tan racionales ni los otros tan irracionales. Y si no, cómo explicar las tonterías que hacemos sin parar a todo lo largo de la vida los humanos. Y algunos animales, por instinto o lo que sea, se organizan tan divinamente bien que parece que hasta saben resolver integrales.
Decir que el hombre es racional es lo mismo que decir que en el universo todo es materia visible. Olvidamos entonces los agujeros negros con su inmenso poder gravitacional. Pues bien, lo mismo que en el universo, en el hombre hay unos agujeros negros que no se conocían hasta que llegó Freud y los tildó de inconsciente. Es decir, esa parte del desear que tira más que soga de marinero o carreta de bueyes y sobre el que no podemos ejercer el menor control. Ese querer cargarse a los hijos por parte de los padres, por ejemplo.
En definitiva, que seguramente no es más que ese agujero negro, el inconsciente, que tenemos en la materia gris el que hace que la historia de la humanidad esté tan llena de despropósitos. Llena de querer matarse los unos a los otros porque se da la circunstancia de que todos no pueden ser el jefe de la manada que se aparea para perpetuar la especie. Y cuesta mucho aceptarlo.
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