Y en esas estamos y al parecer estaremos hasta la noche de los tiempos. Coges, vas y les dices a unos en apariencia ciudadanos normales, ya, pero eso que ustedes pretenden les puede costar muchos muertos entre sus familiares y amigos, por no hablar de los años de hambre y desolación, y, por otra parte, tal como están ahora no parece que les vaya tan mal. Dará igual, ellos ya se habían hecho a una idea fantástica de la realidad futura y tirarán hacia delante sin mirar a los muertos que van quedando en las cunetas. Es difícil entenderlo y, sin embargo, no hay hecho que se haya repetido más a lo largo de la historia que semejante majadería.
Y lo más curioso de todo es que esa devoción por lo absurdo no es exclusiva de las masas iletradas. Por contra, hemos podido ver como son muchas veces los más ilustrados los que encienden la mecha junto a los depósitos de gasolina. Porque es que lo que yo creo que pasa es que nadie es bueno para todo y si sobresales mucho en algo es casi seguro que cojearás en todo lo demás.
Así es que, entre unas cosa y otras, si bien lo consideramos la historia de la humanidad no ha sido otra cosa que un gran homenaje al absurdo. Quizá no ha podido ser de otra manera porque el ser humano no puede vivir sin humor. Y es que el absurdo, por muy catastróficas que sean sus consecuencias, no deja de tener su gracia. Las tonterías que llegamos a hacer en aras de aquellas creencias lunáticas, comentas con los amigos y te partes de risa porque, al fin y al cabo, lo que cuenta es que conseguiste superarlo.
Hace tiempo pensaba que esto de lo que hablas estaba causado por las dificultades que parece ser que tiene la mayor parte de la humanidad para el pensamiento racional. Hoy en día creo que más bien se trata de que no hay nada más duro que el decidir, el hacer uso de la libertad de decidir. Ya ves lo cultos que eran muchos de los que siguieron a Hitler, lo leídos y letrados. Pero el tener a uno que decide por ti es cómodo de narices. Si Yaveh te dice que le cortes la cabeza a tu hijo, pues se la cortas: si la cosa sale mal, la culpa no es tuya: las quejas, al maestro armero. Más o menos lo que dijo Eichmann poco antes de que le limpiaran el forro los israelíes.
ResponderEliminarSí, lo de decidir es arduo de narices. De todas formas voy a dedicar la próxima entrada a filosofar un poco sobre esa irracionalidad que tanto cuesta comprender en gente que es capaz de mandar un hombre a la luna.
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