sábado, 31 de agosto de 2013

Minorías oprimidas



Por qué será que hay gente, demasiada al parecer, que no le molesta el ruido sino todo lo contrario. Para ellos, según he podido colegir, es signo de vida así que cuanto más, mejor. Y, desde luego que motivos tienen para estar casi en la gloria porque los procedimientos para producirlo a espuertas son casi infinitos dado el grado de desarrollo alcanzado. Por así decirlo, no hay actividad humana, si exceptuamos la reflexión, que no sea susceptible de mejorar su rendimiento si le aplicamos un motorcito. O motorzón, que no sé lo que es mejor. 

El problema, si es que así se puede considerar, es que hay, habemos, unos cuantos que por no se sabe que condenados condicionamientos genéticos sufrimos de desquiciamiento generalizado cuando, por ejemplo, pasa una moto a toda pastilla a nuestro lado, o se pone el perro del vecino a ladrar, o el empleado municipal a retirar las hojas, cortar el césped o recortar el seto o, el ayuntamiento, con su mejor intención, te monta un cirio festivo a cuatro metros de casa. No hablo ya de un maxcletá a la valenciana porque eso es punto y a parte: encefalograma plano que, no disimulemos, es lo que mayormente busca el personal. 

Por eso fue que cuando John Cage compuso 4´33´´ se montó el mayor escándalo de toda la historia de la música. Cosa de intelectuales, dijeron los vende motos. Yo es que veo un intelectual y saco la pistola, remachó el salva patrias. Claro, lo peliagudo del silencio es que facilita el discernimiento. O sea, exactamente lo que muy pocos desean no vaya a ser que me entere de lo que mejor ignoro. 

En fin, que puestos a hablar de eso tan de moda que le dicen minorías oprimidas, no creo que haya otra que tenga que soportar semejantes grados de tortura como la de los que la naturaleza les colocó en la hélice ese condenado gen que no les deja soportar el ruido. Sí, más les valiera haber nacido sordos, tiende uno a pensar a veces, pero es que, leches, escuchar los trinos de un ruiseñor a la caída de una tarde de verano o los Gurre-Lieder de Schoemberg en pleno ataque de melancolía o, yo qué sé, el rumor que produce el viento cuando acaricia las hojas del bosque... no, desde luego, qué barbaridades piensa uno cuando está en medio del tormento. 

Bueno, quizá si nos organizásemos y no digo ya salir a la calle con pancartas sino poner unas cuantas bombas en los lugares y a las horas oportunas... no sé, porque es que escribes esto aquí e inmediatamente te fichan los de la CIA. 


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