lunes, 30 de septiembre de 2013

Milonga de media tarde

Corruption Risk Index 2014

Legend
 Extreme Risk
 High Risk
 Medium Risk
 Low Risk
 No data

Es frecuente que en las tertulias de media tarde salte alguien con la milonga esa de la insoportable y demoledora, y todos los truculentos adjetivos que quieran adherirle, corrupción. Se diría que intentan dar la impresión de que estamos poco menos que al borde del colapso. Bueno, yo, que tengo en muy alta estima esa teoría que dice que opinión es sinónimo de situación, suelo pensar que quienes ven cerca el apacalipsis es porque no atraviesan sus mejores momentos. Los estados depresivos, ya sean anímicos, pecuniarios o del tipo que sean, suelen traer eso, o sea, que como que parece que consuela pensar que todo se está yendo al carajo. Considero que hay que ser comprensivo con semejantes estados de opinión lo cual no quita para que, si te encuentras con ganas, intentes meter unas cuantas cuñas que quiten hierro al asunto. 

Claro, si te atienes a lo que dicen los titulares de los periódicos y demás medios de comunicación, y no sabes leer entre lineas, o sea, que eres algo así como analfabeto funcional, entonces, evidentemente, estás copao. Todo el rato arrojándose los unos a los otros la misma munición gastada. Bárcenas y EREs, asuntos que ya va para largo que están en los juzgados. Todo lo demás que se suele ver y oír son eso que llaman pellizcos de monja, es decir, alimento sin sustancia para que los pusilánimes y deprimidos conserven su forma. 

Miren el mapa de la corrupción que les muestro arriba. Nuestro país tiene el mismo color que EEUU, Japón o Italia. Sí, no estamos entre los mejores, pero no le andamos lejos. O sea, que si por la corrupción fuera ya nos podríamos dar con un canto en los dientes. No, amigos, viajen por España, al ser posible en bicicleta, y se darán cuenta que en absoluto se ha ido el dinero al bolsillo de los chorizos. No andarán desacertados si muchas veces piensan que por donde se fue la pasta es por el retrete abajo. Porque eso sí, se suelen ver cosas que hacen pensar que esto está de idiotas que no cabe uno más. Idiotez o ignorancia, que eso sí, si quieren, podríamos considerarlo una forma de corrupción. Pero entonces... ¿quién es quién para erigirse en juez? Hay que andarse con cuidado.

Bueno, el chocolate con churros estaba riquísimo.    

domingo, 29 de septiembre de 2013

La tragedia griega revisitada



Los griegos clásicos dejaron perfectamente descritas en sus tragedias todas las posibilidades en lo que hace a conflictos entre los diversos miembros de una familia. Porque es que las cosas muchas veces, o casi todas, no son lo que parecen a primera vista y así es que si escarbásemos por entre los entresijos de esas felices barbacoas en el jardín de la segunda vivienda nos sorprenderíamos por la cantidad de envidias, rencores y mala leche en general que circulan por allí. Y es que, como es bien sabido, en la manada se necesitan los unos a los otros para apuntalarse, pero como nada es perfectamente unidireccional, el apuntale se suele trufar de malentendidos y molestias sin cuento que son a la postre causa de que todo acabe no pocas veces como el rosario de la aurora... y la segunda vivienda amenace ruina a la segunda generación. Es muy triste que tantas ilusiones se vengan abajo, pero, al fin y al cabo, ese es el destino de casi todas las ilusiones. 

Como les decía, los griegos, que se dieron cuenta de casi todo, recurrieron a la forma literaria conocida como tragedia para poner en guardia al personal contra esas ilusiones que se derivan del azaroso compartir secuencias genéticas. En resumidas cuentas, vinieron a decir que no conviene fiarse ni siquiera de uno mismo que es, al fin y al cabo, con el que más secuencias se comparten. Y así es que cuando chocan, o simplemente uno se cree que chocan, los intereses la generosidad se las ve y se las desea para luchar contra el egoísmo que nace de tanto quererse a uno mismo a causa de esa maldita y exclusiva secuencia. 

Es esa cuestión del determinismo que tan de moda está entre los que se dedican a hurgar en los mecanismos del cerebro. Como si el ser humano nada pudiera hacer por modificar sus comportamientos porque nace marcado a fuego. La verdad, me parece una solemne majadería. El que todos vengamos marcados de nacimiento en una cierta medida es perfectamente aceptable, pero para que este estar aquí tenga sentido tengo que creer que lo que pueda o no pueda fiarme de mi mismo será siempre una función directa de la educación que haya recibido. Y en eso la familia sí que es determinante. La familia, el espacio natural en donde si no se supieron hacer medianamente bien las cosas pueden sobrevenir los más terribles conflictos. Y, desgraciadamente, como todos sabemos, no es tan frecuente que las cosas se hagan bien. Sobre todo porque en la familia, como en todos los grupos cerrados, si no hay una autoridad firme que lo impida, hay una propensión irreprimible a entregarse en cuerpo y alma a la voluptuosidad dionisiaca. Y así es que no se deja pasar efeméride, por ridícula que sea, sin su correspondiente celebración. O sea, otro día para que los niños se crean que esto es Jauja y vayan modelando una personalidad caprichosa y falta de fuerza de voluntad. El final ya lo conocen: el niño, ya mayor, sigue siendo niño y, una de dos, o quiere toda la herencia para él o se da a la bebida. Vampiro en cualquier caso. 

La literatura no se ha cansado todavía, ni pienso que lo hará, de explotar este tema. Me viene a la memoria la obra de Evelyn Waugh, "Brideshead revisited", en donde están claramente delimitadas en sus dos principales protagonistas las consecuencias del haber sido educado a lo católico-dionisiaco en el caso de Lord Sebastian Flyte y a lo puritano-apolineo en el Charles Ryder. Supongo que todos conocen como acaba esta historia.

En fin, pensaba en estas cosas porque se da el caso de que anda el país estos días muy conmocionado por unos hechos acaecidos en Galicia. Parece ser que un juez ha encontrado suficientes indicios como para incriminar a unos padres por el asesinato de su hija. Hija que, como para darle más morbo al asunto, era adoptada, notablemente inteligente y, last but not lest, a punto de entrar en la adolescencia. Bueno, también este tema es ampliamente tratado por la tragedia griega: padres que no pueden aceptar que es ley de vida  que sus hijos están llamados a desplazarles. En fin, que qué complicados somos los seres humanos y cuanto nos cuesta hacernos conscientes de ello. Y luego pasa lo que pasa. 

jueves, 26 de septiembre de 2013

Todo por la pasta



Hay cosas de las que es difícil opinar. Yo diría que de casi todas. Se pueden analizar, reflexionar sobre ellas, pero emitir un juicio definitorio es tremendamente peliagudo porque a nada que nos descuidemos ya estamos metiendo de por medio nuestros intereses. E incluso sin descuidarnos, que ya sabemos de lo que es capaz el inconsciente para que llevemos el agua a nuestro molino sin necesidad de construir presas ni cauces. 

Así y todo, sin entrar en el fondo de la cuestión, hay, por ejemplo, leyes por las que uno declara sin ambages su simpatía. Es el caso de la ley antitabaco. Aunque durante toda mi vida profesional fui un claro beneficiario del hábito tabáquico -ejercí como neumólogo-, no por eso dejo de reconocer que fumar es una actividad sumamente invasiva que condiciona a la fuerza la vida de los que rodean al fumador. Y eso, sencillamente, no me parece justo... porque fumar, digan lo que digan acerca de sus supuestas cualidades apaciguadoras e, incluso, integradoras, es una actividad superflua a efectos de beneficio social y, eso, unido a su invasividad lo hace, sencillamente, reprobable. Luego, respecto a las repercusiones que pueda tener sobre el sujeto de la adición, ni entro ni salgo porque me parece algo muy personal. 

En resumidas cuentas, que aplaudí esa ley cuando la promulgaron y no sé muy bien qué pensar ahora cuando anuncian excepciones por tal de atraer unas inversiones que dicen serán cuantiosas. Sin duda es un dilema moral. Todo el mundo sabe lo resbaladizo que es el terreno de las excepciones. Privilegios en definitiva. ¿Por qué para ti y no para mí?, se empezará a preguntar mucha gente. Y con razón. Así es como comienzan a extenderse las transgresiones y al final, me temo, tendremos que volver a poner la ropa a airear cuando lleguemos a casa. 

No es que yo, creo, sea un talibán. Pero hay una cosa que detesto profundamente: la transgresión de la ley, incluso hasta cuando soy yo mismo el sujeto de la acción. Aunque sé que en estas sociedades sureñas se considera que eso es algo con lo que hay que ser tolerante porque contribuye a rebajar la tensión ambiental, personalmente prefiero la rigidez, o intolerancia, de los norteños a los que, por otra parte, no veo yo más tensos ni mucho menos de lo que lo estamos nosotros a pesar de que nos pasamos por el arco de triunfo lo que nos viene en gana. 

No sé, pero si me tuviese que definir sobre la realización de ese proyecto de Las Vegas a costa de transgredir la ley antitabaco quizá optase por el no. Por una cuestión de índole moral y también de pragmatismo. En definitiva, porque la experiencia de la vida me ha enseñado que son las soluciones milagrosas las que más contribuyen a precipitarte en los infiernos.    

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Gerontocracia




Tenemos un rey bastante viejo que no para de darnos sustos. Por las razones que sean tiene tendencia a caerse, cosa que, a mi corto entender, se acompasa mal con la dignidad real. Porque si lo de caerse cualquier persona tiene algo de ridículo, la mala pata que le dicen, cuando se trata del rey, que es puro símbolo, entonces, ya, ni te digo, la gente, sobre todo en Cataluña, no para de hacer chistes propios de gente miserable. 


El caso es que, como la cosa iba de mal en peor, se ha formado un consejo de sabios para decidir las medidas que pudieran atajar el problema. Y la primera ha sido poner el asunto en manos de un gerontócrata. Un médico traumatólogo de origen gallego que, dicen, llegó a lo más alto en la Meca de la medicina. Un médico ya retirado, pero que desde su condición de emérito sigue dando no pocos frutos en los campos de la filantropía. 

Y ahí está el punto al que quería llegar. El de la gente que sabe hacer cosas, a veces muy sofisticadas, en las que muy pocos pueden igualárseles y que, por causa de rigideces administrativas, son pasados al dique seco para que les corroa el aburrimiento y saquen a pasear el perro. O el perro les saque a ellos, como me dijo un día un querido colega que me encontré por la calle. Imagínate, todo un reconocido doctor recogiendo caquitas. ¿Se puede caer más bajo?

Para mí este es un tema de vital importancia. Suelen ser los mejores, los que más se han entregado en cuerpo y alma a su profesión, los que con más desgarro viven en el dique seco. Su pasión, por lo general, les impidió cultivar otros jardines con los que hubiesen podido paliar su triste no hacer nada. Porque, que nadie me venga con cuentos, no hacer nada para quien estuvo acostumbrado a hacer mucho es la cosa más triste que puede haber en la vida. Es como estar muerto. Y de nada valen esos viajes turísticos y demás sucedáneos de actividad en los que no hay que poner los cinco sentidos. Estarán visitando el Taj Mahal o jugando al golf en Sant Andrius y no se les ira de la cabeza que ya no sirven para nada. 

Luego, hay por ahí  gente que va proclamando a los cuatro vientos su felicidad por haberse jubilado. Lo siento por ellos. Creo que no puede haber forma más explicita de declarar el propio fracaso. El de haberse pasado la vida haciendo cosas que no les gustaban porque no tenían coraje ni capacidades para cambiar de profesión. De no ser así es inexplicable su alegría. 

Bueno, ahí tenemos al rey, viejo y al parecer bastante cascado, pero con todo su valor simbólico intacto, que no se quiere apear del trono ni así le maten. Y cuando los apuros que le acongojan son graves llama a otro viejo como él para que se los solucione. 

En fin, como para pensárselo. Y hacer lo que sea para no convertirse en un imsersato.     

martes, 24 de septiembre de 2013

Aventura equinocial




Por Puerto Castilla corre un aire que resucita. Ese pasillo entre la Peña de Bejar y Gredos por donde Castilla se precipita hacia Extremadura por el valle que riega el Jerte. He estado por allí unos días en compañía de tres amigos haciendo, por así decirlo, vida de proscritos. Nos levantábamos, desayunábamos y nos tirábamos al monte a pegarnos unas tundas de las de aquí te espero. En mi caso concreto, creo que he rebasado todos los límites de resistencia al esfuerzo de los que me suponía capaz.  

Hablar de la belleza de los circos, lagos y gargantas de Gredos, huelga. En realidad, cualquier lugar donde ha sido imposible doblegar la naturaleza sirve para dejar perplejo al visitante. Aunque no nos engañemos, la sensación de pequeñez o indefensión que te debieran producir esos espacios hace ya mucho que fue sustituida por una especie de candor de niño en el patio de la escuela. Y es que, por mucho que se resople y agite el corazón, en todo momento eres consciente de que cualquier contratiempo serio se puede resolver por el simple procedimiento de echar mano al artilugio que llevas en el bolsillo. Una llamada y en menos de media hora tienes allí un equipo de socorro que te lleva por los aires al hospital más cercano. 

Para mí, lo verdaderamente notable de esta aventura equinocial ha sido la armonía alcanzada entre las partes. Bueno, quizá diga mal, porque una armonía como mandan los cánones actuales exige disonancias y tensiones más que nada para que no decaiga la atención y se entre en somnolencia. Pero no, si las hubo yo no me enteré -quizá de puro hecho a ellas que estoy- y en ningún momento perdí el interés por la empresa ni me ganó la modorra. La verdad es que fuimos dignos émulos de Hans Castorp, Settembrini, Naphta y toda aquella peña de La Montaña Mágica: no callamos ni un minuto. Ni cuando el resuello nos fallaba por exceso de pendiente. No hubo asunto humano o divino, presente o pasado, por venir o no venir, al que no diésemos mil vueltas hasta dejarlo pulido. O niquelado, por decirlo al actual uso. 

Sólo me queda añadir que si el aire fino de la montaña y la comodidad de los alojamientos contribuyeron al éxito de la aventura, no menos fue debido a la sorprendente ausencia de pequeñas preferencias por parte de los participantes. Es lo que tiene haber aprendido ya. 


lunes, 23 de septiembre de 2013

Sin coches en el garaje



Ayer fue el día sin coches. ¿Sin coches, dónde? Obviamente en el garaje. Claro, hacía un día tan bueno que era preceptivo sacar el invento a pasear. Por otro lado también fue día de bicicletas y, por tal, el paseo de los coches se vio no pocas veces perturbado por las numerosas caravanas de ciclistas organizadas por las agrupaciones locales. Por Puente Agüero nos cruzamos con una considerable que llevaba protección policial y sanitaria y, también, una larga estela de automovilistas supongo que desesperados. Nosotros pedaleábamos en dirección contraria a la caravana, así que fueron muchos los que nos invitaron a cambiar el rumbo y sumarnos a la manada. No nos conocían, claro. Los gregarios son incapaces de comprender que "Lonely Are the Brave". Es su gran tragedia y, también, su salvación. 

Anyway, lo que es evidente es que el uso de la bicicleta crece de forma exponencial y, aunque todavía, por así decirlo, es incipiente, la cosa no quita para que ya se atisben las subsecuentes disfunciones propias de la inadaptación a los cambios. Las autoridades, como es su deber por otra parte, tratan de paliar el malestar con bellas palabras que no cuelan y unos cuantos parches mal pegados. Será sólo cuando la fuerza amenace ahorcarles que se tomarán la cosa en serio. 

Ahora bien, ¿por qué esta moda de la bicicleta? Para mí sólo hay una posible razón, que se tarda en llegar a los sitios, conservando, eso sí, la total independencia de acción. Tardar en llegar a los sitios, eh ahí el gran hallazgo.  Coges, agarras el coche y en dos minutos te plantas en donde sea que quieras ir. ¿Para hacer qué? Se lo diré, por lo general nada. Nada que no sea comerte el coco como lo estabas haciendo en casa hace cinco minutos o media hora. Sin embargo, coges la bici y entre que echas el bofe, paras a charlar con alguien y tal, pasas la mañana sin darte cuenta y luego te encuentras divinamente. No digo ya nada si la utilizas para ir de viaje, entonces acabas por comprender que lo importante no es el destino final, donde suele haber más de lo mismo, sino el camino que suele ser un gran proveedor de sorpresas. 

En cualquier caso, no le den más vueltas, porque sí, la bicicleta hace la ciudad más sostenible, disminuye los ingresos hospitalarios por enfermedades cardiovasculares y un montón de cosas más que parecen muy deseables, pero, sobre todo, le da al tiempo otra dimensión y, por tal, otra percepción de la realidad que, juraría, es más amable. Nunca vi discutir a dos ciclistas por cuestiones de prioridad de paso y sí veo a diario que hay una solidaridad entre ellos en caso de dificultad sobrevenida como los pinchazos y tal.

Resumiendo, hagan sus recados en bicicleta y pronto comprobaran que les sobra menos tiempo. Una verdadera bicoca. 

viernes, 20 de septiembre de 2013

Facts, facts, facts.



La izquierda pide en el Parlamento que se penalice por ley la apología del franquismo. Muy interesante. Los políticos como los jubilados tienen que exprimirse mucho el coco para hallar cualquier cosa que sea con la que matar el tiempo. Me imagino lo penosa que debe ser la condición de backbencher. Horas y horas aguantando discursos de los otros cuyo contenido se conoce de antemano. Así que de vez en cuando, supongo, se juntarán unos cuantos en el bar del invento y harán un poco de brainstorming para ver si a alguno se le ocurre una chorrada aprovechable. Ya se sabe, a la izquierda le chifla el filón del franquismo por razones similares a las que esgrime la derecha respecto del aborto. 

Pues muy bien, que penalicen la apología del franquismo si eso les hace felices. Pero, ya puestos, porque no aprovechar el tirón y meter en el mismo saco a los apologetas del comunismo que son muchos más y, a mi juicio, harto más peligrosos. Sí, ya se, me han dicho muchas veces que no compare. Que los unos son tal y los otros son cual. Que lo que pasa es que la buena ideología fue mal aplicada... y entonces voy y me acuerdo de aquella niña que jugaba al diábolo en una película de Buñuel: porque se me ha caído que si no...  El caso es que por las mismas que la buena ideología fue mal aplicada y pasó lo que todos sabemos, la mala ideología fue bien aplicada y el PIB de España se multiplicó por unos cuantos dígitos. Son los facts lo que cuenta y lo demás son milongas. Podría añadir unos cuantos más para redondear la teoría, pero no quiero aburrir. 

Facts.  Les contaré una anécdota que leí hace poco para dejar clara su naturaleza. Tres conocidos van en tren por Escocia por las razones que sean. Uno es astrofísico, otro físico y otro matemático. En un prado a lo lejos se ve una oveja negra. Las ovejas en Escocia son negras, dice el astrofísico. Querrás decir que en Escocia hay por lo menos una oveja negra, le corrige el físico. De lo único que podemos estar seguros es de que en Escocia hay una oveja que es negra por un lado, puntualiza el matemático. 

Los facts son el inicio de cualquier razonamiento sensato. Cuando no dispones de un fact y por necesidades de guión tienes que decir algo te salen cosas como la que le soltó el otro día el jefe de la oposición al jefe del gobierno: "su historia es una patraña que se envuelve en una mentira para desembocar en un embuste". Un puro alarde de la nada en definitiva. 

domingo, 15 de septiembre de 2013

Islandia





Andábamos ayer de paseo por una estación balnearia de la costa cuando dimos de frente con una amiga que andaba haciendo lo mismo por, supongo, las mismas razones que las nuestras, o sea, ninguna en especial que no fuese la de no quedarte en casa ni así te ahorquen. Como dos de los tres concurrentes eran gente del gremio de los enseñantes y se da la circunstancia de que acaba de empezar el curso, le dimos un repaso al controvertido asunto de los malos estudiantes. La mala educación que viene de la familia y todo eso. 


El caso es que la amiga en cuestión venía de pasar el verano en un país nórdico. Mal asunto, le dije, tener que volver aquí desde esos lugares. Personalmente, esos cambios súbitos de civismo me sumen en la depresión más profunda. Aquel silencio y limpieza frente a este ruido y suciedad... los niños molestando sin parar con la complaciente anuencia de sus padres y abuelitos. Los perros idem de idem. El tráfico desmesurado. La música omnipresente. Facts incontrovertibles de los que sólo parece ser consciente esa minoría ilustrada de la que por fortuna o desgracia, que no sé, formo parte. 

Ahora mismo, mientras intento escribir esto, es tal el guirigay de ladridos que me resulta difícil continuar. Y eso que éste es el, por así decirlo, barrio pera de la ciudad. En fin, quizá sea la mala situación anímica la que me incita a fijarme en lo negativo. Es decir, negativo para mí, porque para el común de estos barrios, no sé si poco o muy ilustrado, esos ladridos les debe parecer música celestial de la misma manera que al común de los catalanes les parece que es a ámbar y algalia a lo que huelen los purines de los cerdos. Total, que me he perdido, así que me voy a tomar un respiro antes de retomar la reflexión.

Anyway, Dios les cría, no sé si depresivos o ilustrados, o las dos cosas a la vez, y ellos se juntan. Se juntan en una estación balnearia o donde el azar disponga y, ¡ale!, a despotricar de la insaciable necesidad que tiene las chusma de invadir el espacio común con sus diversas deyecciones. Por decirlo al shakespeariano modo, somos nosotros mismos los que engendramos la gran pestilencia de tanto quejarnos sin que ni siquiera se nos pase por la cabeza el ponernos a hacer algo que sea freno a la causa de nuestros desasosiegos. 



Por todo lo cual declaro, aquí y ahora, que me voy a tomar unos días de alta montaña en ilustrada compañía por ver si así mejoro el repertorio y pulo las cualidades interpretativas. A la vuelta nos vemos y que sea lo que Dios quiera. 

jueves, 12 de septiembre de 2013

QATAR Airways



Tal día como ayer del 2001 estaba yo en Barcelona completamente ajeno a los fastos que a pocos metros de mi casa tenían lugar. Como la inmensa mayoría de la gente con la que me trataba consideraba toda aquella tramoya cosa de gente tirando a oligofrénica. Que si silbaban a Serrat por cantar un trozo en castellano... cosas así para entretener a cuatro desgraciados. Acababa de comer y, como cada día, me dirigí al salón para, desde mi butaca superrelax, ver lo que decían los chicos de la CCN, o BBC, o cosa por el estilo.  Una de las torres gemelas de New York aparecía en pantalla echando humo y el locutor especulaba sobre la causa. Una avioneta despistada era la interpretación que parecía más plausible. Y en esas vimos como un avión fue a estrellarse sobre la otra torre. Lo demás ya lo saben. En resumidas cuentas, que nunca en toda mi vida había visto cosa semejante y pido a los dioses que nunca más yo ni nadie tenga que volverla a ver.  

Doce años apenas y ya, lo de las torres, sólo es una reseña perdida entre las últimas patochadas que dicen y hacen los políticos. Sin embargo, lo de los silbidos de los oligofrénicos a Serrat ha ido rodando montaña abajo como una bola de humo y ya alcanza tales dimensiones que, así, de entrada, nos impide ver la realidad. Pero el humo, ya saben, sólo hay que soplar para que se disipe. Y entonces, ¿qué es lo que se ve?, pues muy sencillo, que las cosas son como no puede ser de otra manera. Que después de treinta años machacando en medios de comunicación, escuelas, y, si me apuran, hasta en los ascensores, una mayoría, la de los que tienen algo que perder, hace como si no pasase nada y sigue su vida con normalidad. Un poco molestos, es verdad, por la tabarra que dan los oligofrénicos, pero ¿quién se libra?, y en dónde. Son los inconvenientes consustanciales a las ventajas del vivir en democracia y, además, si te cansas, coges, agarras, y te vas con la música a otra parte. 

Por lo visto, ayer, dicen, fue tremendo. Pero es mentira. Como eran mentira aquellas movilizaciones pagadas con dinero público de cuando Franco. Es la chusma que se apunta a todo con tal de no quedarse en casa. Luego está la manipulación de los arteros que quieren sacar tajada sin dar golpe. Eso es todo. Como en Escocia, puestos contra los hechos consumados, apenas un 23% quieren la secesión. O sea, irrelevante. 

En resumidas cuentas, que la vida sigue y unos van hacia delante y otros hacia atrás. Y no por mucho predicar se da más trigo ni por mucho callar se anda menos al loro.  

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Cajal


Hacía un frío que pelaba esta mañana cuando me he metido por El Retiro a pasear. Me ha inducido a ello el recuerdo de aquello que decía Rafa el Proscrito, que el bosque es una cocina. La verdad es que no he notado diferencia apreciable en cuanto a temperatura, pero si mucha en cuanto a ambiente en general. Verdaderamente relajante. El personal justo como para que no te entren las paranoias propias de los grandes descampados rodeados de hormigón.

Así ha sido que, dejándome ir, he ido a dar sobre el monumento a Cajal y no he podido sino quedarme allí un rato dándole vueltas al asunto. He recordado, para empezar, a Santiago Cobo, aquel que fuera médico titular de San Roque de Riomiera, que siempre que nos veía nos contaba historias sobre Cajal. Claro, él quería inculcarnos la afición al oficio con historias ejemplares y la de Cajal era lo más de lo más al respecto. También me he acordado de lo que cuenta Baroja en sus memorias, que el ilustre histólogo era un putero de tomo y lomo... pero pelillos a la mar porque, además, quién no lo era en aquellos tiempos. El caso es que el monumento en sí es toda una lección de historia. Es del año 1928 y es obra de Victorio Macho. 

Los años veinte del siglo pasado. El art decó y todo eso. Sin duda había unas minorías cultivadas que colocaban al mundo clásico en el centro de todas las manifestaciones culturales. Cajal, pues Atenea en este caso. Lo mismo que los Hermes y las Ceres que campean por donde las grandes corporaciones de por entonces. Un mundo alegórico que nos obliga a ser conscientes de lo que hay detrás, o más allá, de cada cosa. La inspiración divina, en definitiva, que insufla el espíritu del descubridor. 

Por lo demás, así, por lucubrar un poco, Cajal, ese aragonés de pro. Como Gracián, y Goya, y Molinos, y Buñuel. Si tuviese que escoger un Parnaso por regiones, y mira que los hay grandiosos, me quedaría con ese. No sé, para mí tienen todos ellos una lucidez sin remilgos, sin jeribeques. Son, como diría Ortega, la cortesía de la claridad. De la claridad descarnada que enceguece a los pusilánimes. 

Atenea, Cajal, la ciencia, fuente de vida, fuente de muerte. Se cierra el ciclo.   

martes, 10 de septiembre de 2013

Omnipotencia



A las siete de la mañana ya está aquello lleno de pavos reiterando movimientos. Ristras de elípticos, cintas de correr, bicicletas estáticas, se pierden en la insondable profundidad del local separado de la calle por un muro cortina. Me detengo a observar y no tardo en caer en la cuenta: sólo van a los gimnasios los que no lo necesitan para nada. Ni uno sólo es mayor, ni está gordo, ni jorobado. Todos, se diría, son logrados sucedáneos de Apolo y Diana que luchan denodadamente por preservar su instantánea inmortalidad. De la ilusión también se vive como dijo Nosequién. 

Hoy me apetecía cambiar de chiringuito. He optado por Trébol, en la Avda. Felipe II. Es un lugar en apariencia anodino, pero nada más lejos. Mantiene su alto crédito desde los tiempos de la Restauración, por lo menos. Desde luego que los camareros no son improvisados. Y la clientela menos. Se nota allí sintonía como para parar un tren. Pido café con leche y panecillo tostado. Sobre la barra hay pequeñas botellas de aceite para que te sirvas a demanda y esas viejas azucareras con pitorro de acero inoxidable. Lo único que me llama la atención es que las azucareras tienen un color rosáceo. Decido endulzar la aceitosa rebanada y, ¡oh, sorpresa!, son rosadas porque contienen tomate. ¡La Mare de Deu! ¿Conocerá este detalle Jordi Pujol? Que en Madrit no sólo se desayuna pan tumaca  sino que, además, se ha ideado la forma de suministrar el tomate a demanda reutilizando las arrumbadas azucareras. Quizá, pienso, alguien debiera irle con el cuento, aunque no creo que admitiese que lo del tomate en las azucareras sea invento madrileño... en fin, en cualquier caso, pudiera servir para acercar posiciones. Por intentarlo...

Entonces, ya en mi ergástula, voy y abro un periódico digital cualquiera. "Nadal es omnipotente" a toda plana. Por cien mil demonios hirsutos que lo necesitábamos. Ellos nos habrán dado en la cresta, pero nosotros se la devolvemos en plan cien a uno. ¡Que se chupen esa! "El trofeo me hace feliz. Pero lo que realmente me hace feliz es lo que hice para ganar este trofeo: trabajar duro durante esos momentos difíciles", ha dicho el manacorí. He aquí un comentario con fuerza. Omnipotente por así decirlo. Ahora, ya, pienso, solo hay que seguir las instrucciones para conseguir la gloria colectiva. Tabajar duro... esos apolos y dianas que vi esta mañana en el gimnasio, y esos creativos que transforman las azucareras en tomateras. Tesón e ingenio, la fórmula infalible. Quizá, me digo, si fuesemos capaces de dar el salto ahora, con todo ese bagaje a las espaldas, desde la cancha y el bar al laboratorio y el aula... 


domingo, 8 de septiembre de 2013

No se me amohínen



Después del calentón, el dolor de huevos. Es lo que tiene el meterse en camisas de once varas que en el mejor de los casos se acaba haciendo el ridículo. Como todas esas masas que anoche nos topábamos de frente cuando huían de la celebración que no pudo ser. Se les notaba la compunción en la cara. Se les había escapado la doncella cuando ya pensaban que era cosa hecha. 

Me imagino que algunos, o muchos, que no sé, se habrán alegrado por lo que piensan que es una desgracia ajena. Ya saben, el triste consuelo de los miserables que se toman como triunfo propio las supuestas derrotas de aquel al que envidian. Con su pan se coman su equivocada alegría. Porque, a mi modo de ver, ni ha sido una derrota ni mucho menos una desgracia sino todo lo contrario. Lo que ha pasado ha sido, ni más ni menos, un mero escaparse por los pelos, porque esa doncella no convenía en absoluto. Era un regalo emponzoñado para una sociedad desbastada por las celebraciones. Un querer curarse con la misma medicina que ha causado la enfermedad. Más obras, más pisos, más pelotazos, más rimbomborio en definitiva. Por no hablar, claro está, de ese rastro de deyecciones de todo tipo que van dejando a su paso las masas low cost que se pretendían atraer con la notoriedad que proporcionan unos juegos olímpicos. 

No, ya digo, para mí una magnífica noticia a la que, si se cumple, tendría que añadir la que acabo de leer esta mañana: el gobierno no piensa cambiar la ley antitabaco para favorecer la venida de ese ingenio barato que le dicen Eurovegas. Lo contrario, considero, sería un error garrafal. Sería el error propio de unos gobernantes chisgarabises que ignoran por completo el valor irrempazable de lo simbólico para un saludable discurrir de las sociedades. Dales a entender que todo vale por la pasta y prepárate para lo que venga.  

Así que les diré lo que a mi juicio necesita Madrid: un alcalde vital que se coloque el gorro y la chamarra y se suba a la bicicleta para ir al trabajo las soleadas y frías mañanas de invierno. Que ensanche las aceras para los peatones y quite aparcamientos a los coches para hacer carriles bici. Que ponga escaleras mecánicas donde haya duras pendientes. Que exija a la ciudadanía cumplir las leyes en vigor, sobre todo las relativas al ruido y limpieza. Y, sobre todo, que no se empeñe en organizar el ocio de las masas. ¡Por favor, déjelas usted que se aburran! ¡Lo necesitan tanto!

Pues sí, no se amohínen que hoy todo son buenas noticias para los madrileños. Aunque, así, a primera vista, no se lo parezca. 

sábado, 7 de septiembre de 2013

Escenas matritenses



Por lo general duermo poco. Entre cuatro o cinco horas los más de los días. Si alguno llego a seis es como una heroicidad. Así es que raro es el día que no esté en pie a las seis de la mañana. Ahora, como estoy en Madrid, me lanzo a la calle a ver cómo amanece la ciudad. A los primeros que veo al torcer   en la esquina es a una pareja de mendigos rumanos que ya tienen abierta la oficina. Se les ve muy enamorados, el uno de la otra y viceversa. Me dan los buenos días de forma amable, pero yo hago como si no les viese. En esto de los mendigos soy muy nietzscheano, les mataría a todos, simbólicamente, aclaro, porque hagas lo que hagas, les des o no les des, siempre te quedas mal. Vago por las calles desiertas observando las típicas actividades de suministro y limpieza propias de la hora. No falta gente en calzoncillos y camiseta que va trotando en dirección al Retiro. A las siete menos cinco o así, como por ensalmo, se empiezan a levantar persianas y a encenderse luces en los locales. En el cielo apunta ya la claridad. Me dejo caer en el "Selma", a dos pasos de casa. Apenas he entrado media docena de veces, pero tal y como me reciben se diría que llevo toda la vida desayunando allí. Ponen un café con leche en vaso que está riquísimo y las porras ni te digo. Hoy el camarero se ha escusado porque las porras todavía no habían llegado. Había media docena de parroquianos sentados en la barra con el café delante y en actitud expectante. Uno no ha podido soportarlo y ha pedido un coñac para la aliviar la espera. La espera de las porras, quiero decir. La camarera caribeña ha entrado en argumentos con el del coñac y el camarero ha saltado de inmediato con comentarios jocosos que dejaban traslucir la improcedencia de los argumentos de la camarera. Hasta que ha entrado un andino sonriente portando una bolsa. Las porras. El camarero le ha regañado por su tardanza y el andino a expuesto sus razones. Se han distribuido las porras y ha sido como si el motor gripado hubiese vuelto a funcionar con normalidad. 

Porque de eso es de lo que se trata, del complejo motor de la ciudad. Falla el andino y todo se viene abajo. Uno que pide un coñac, la camarera que argumenta, el camarero que contraargumenta... así no se puede funcionar. El andino se ha retrasado porque en el bar anterior no pudo depositar la mercancía por no estar levantada la persiana. Cinco minutos de retraso en cualquier sitio sirven para que se desencadene la reacción en cadena. La precisión tiene que ser milimétrica, aunque, afortunadamente, para corregir los pequeños fallos, contamos con la habilidad dialéctica de los camareros. Malheureusement, yo, como soy un impaciente, ya había renunciado a la porra y me estaba comiendo un panecillo tostado con aceite. Estaba muy bueno de todas formas. 

Restablecido ya, he salido a continuar mi periplo. La pareja de mendigos me vuelto a saludar con la misma amabilidad y yo les he vuelto a ignorar con la misma fingida indiferencia. Ya caerá algún día, han debido de pensar ellos lo mismo que yo he pensado que van dados conmigo. Por el cruce de O´Donnel con Doctor Esquerdo hay una panorámica fastuosa. Hacia levante por donde se va hacia Valencia se ve como sale el sol por detrás del gigantesco pirulí en medio de una sinfonía de colores. Me abruma, así que mejor volverse para casa a contarlo. 



viernes, 6 de septiembre de 2013

Encuestas

¿Apoyas la candidatura de Madrid como sede de los JJ.OO. del 2020?


23%

75%

1%
Han contestado 10583 personas

Uno no sabe qué pensar de todo esto de los juegos olímpicos. Tengo entendido que en los tiempos que se conocen como clásicos cuando se celebraban unos juegos, ya fueran en Olimpia, en el Itsmo, o en cualquier otro sitio, la primera consecuencia era que se suspendían todas las hostilidades en curso... que solían ser muchas. Aquella gente no paraba de arrearse leña por un quítame allá esas pajas. Bien, pues se convocaban los juegos, se paraban las guerras y los mejores atletas de todos los lugares acudían a la cita con afán de gloria. 

Lo de estos tiempos que corren, nada que ver con aquello. Ahora la competición no es por otra cosa que por conseguir el derecho a convocarlos y el afán no es de gloria sino de pasta. La ciudad que consigue el galardón se asegura un spot publicitario de ámbito universal que la entroniza como destino turístico de primer orden por las décadas a venir. Esa y no otra es la enjundia de toda la movida en la que los atletas no hacen otra cosa que jugar el papel de comparsas o, por así decirlo, de tontos útiles. Porque, no nos engañemos, muy espabilados no pueden ser los que se someten durante largos años a esos entrenamientos exhaustivos que si parecen ser muy útiles para el músculo no creo en absoluto que lo sean en igual medida para el espíritu... sino todo lo contrario y no quiero señalar pero, aquí, en España, recién hemos tenido un muy notable ejemplo de los estropicios causados por el abuso de la cancha en detrimento del aula. 

En resumidas cuentas, que Madrid, en donde ahora estoy, está en un tris de conseguir el ansiado galardón. Creo que el próximo sábado se sabrá si sí o si no. La gran euforia o la gran depresión para concluir. Recuerdo haber vivido en Barcelona semejante decisivo día y tengo que reconocer que el entusiasmo ciudadano que se produjo nada más conocerse el resultado me produjo sentimientos encontrados. Algo así como si toda aquella algarabía de clarines tuviese poco de espontánea y natural. Bien es verdad que los medios de comunicación habían echado el resto para calentar el ambiente, pero tal grado de exaltación sólo podía ser el resultado de una predisposición enfermiza a seguir las consignas emanadas de la superioridad. La reacción previsible de una sociedad castrada en definitiva. Pero, ya digo, nada más que una impresión. 

Como era de esperar, en el caso de la candidatura madrileña, el calentamiento global por parte de los medios no ha desmerecido al que vimos cuando lo de Barcelona. Todo el país, se diría, se ha volcado apoyando. Porque, dicen, puede ser de gran ayuda tanto para la recuperación económica como para la restauración de una autoestima colectiva bastante, como quien dice, por los suelos. Bueno, digo todo el país y digo mal, y aquí es a donde quería yo llegar porque es que esta mañana me he topado con algo que me ha sorprendido por su descarnada rudeza. Resulta que en una encuesta que hace La Vanguardia entre sus lectores a propósito del apoyo que estos le dan a la candidatura madrileña, un 75% manifiesta que ninguno.

O sea que de suspensión de hostilidades por causa de los juegos nada de nada. Al enemigo ni agua. Que el conjunto de los españoles se tomase en su día lo de la candidatura barcelonina como una cosa suya a estos catalanes de hoy día parece importarles una higa. En cualquier caso eso es lo que quieren dar a entender algunos a los que encabeza el muy grande de España Conde de Godó. Pero les diré una cosa, no me lo creo ni en pintura. Apostaría doble contra sencillo que una encuesta como Dios manda daría exactamente el resultado contrario, por lo menos. Conozco de sobra a los catalanes y son cualquier cosa menos zoquetes. Que no otra otra cosa quiere dar a entender esa encuesta que son el 75% de catalanes.  


Sí, yo diría que tenemos que tener mucho cuidado a la hora de enjuiciar el asunto ese tan delicado de Cataluña. Y no confundir lo que pregonan los altavoces con lo que piensa la gente. Sé de qué hablo, y en este caso concreto una cosa les puedo asegurar: al común de los catalanes les chifla Madrid. ¡Y a quién no!

jueves, 5 de septiembre de 2013

Learn about anything


Uno escucha cosas francamente peregrinas. Los típicos discursos apocalípticos que alivian la conciencia de los resentidos. Son las cosas del ser humano que se resiste  a agonizar. Quisieran los más mecerse en un dolce far niente, refinada holgazanería, para que mejor nos entendamos, al que se creen acreedores por los pasados esfuerzos, ya suyos, ya de sus antepasados. Es una ilusión tirando a estúpida porque contraviene todas las leyes de la naturaleza. No queda más remedio que permanecer en la brecha si no quieres ser englutido por el agujero negro de la depresión. Y parar, lo mínimo indispensable para tomar impulso. Un minuto de más y ya está el cerebro sintiendo desazón e inventando improperios. 

La realidad, tal como yo la veo, es bien distinta. De apocalipsis nada. Más bien es tiempo para maravillarse y aprovechar los increíbles dones que nos procura la contemporaneidad. Porque es tal el desarrollo alcanzado que a veces parece que estás compartiendo mesa con los dioses del Olimpo.  Sin moverte de tu ergástula puedes mandar al espíritu a la conquista de los abundantes espacios del conocimiento. 

Les relato estas impresiones porque desde que comenzó el presente curso, así, como para ir abriendo apetito, vivo colgado de las enseñanzas que ofrece la Khan Academy. El que no se maraville por poder tener en casa a un sólo golpe de ratón todos esos vídeos esclarecedores es que está sencillamente muerto. No se ha enterado de nada del mundo que viene por delante. El del crecimiento exponencial del conocimiento en general y de las matemáticas en particular. Ni más ni menos. Es de todo punto imprevisible qué consecuencias traerá, pero yo apostaría que, entre otras cosas, será más difícil engañar, es decir, vender motos averiadas. 

Lo de Bárcenas, lo de los EREs, incluso lo de Siria, frente a semejantes realidades casi sobrenaturales, pelillos a la mar.  

martes, 3 de septiembre de 2013

El tiempo que no pasa



Creo que nunca leí o escuche mejor consideración sobre el tiempo que pasa que la que hace Thomas Mann por boca de uno de los personajes de la Montaña Mágica. Si estás ocupado en algo que te apasiona, dice, el tiempo vuela a velocidades tan siderales que ni siquiera le notas, cuando te quieres dar cuenta ya pasó el día, pero, después, pasados los meses o años, lo recordarás con intensidad como el tiempo rico en experiencias que fue. Sin embargo, cuando no haces nada, el tiempo se va estancando hasta que llega un momento en el que cada segundo se convierte en una eternidad y, por lo general, no haces sino darle vueltas a la cabeza con la intención de que se te ocurra cualquier cosa con la que poder entretenerte. Luego, pasan los meses, los años, y ese será un espacio en blanco, como si hubieses estado muerto. 

Pienso en estas cosas porque es un manido tema de conversación en los círculos que frecuento,  casi siempre de gente mayor. Gente que ya lo tiene todo resuelto por así decirlo. Una aspiración las más de las veces largamente acariciada y por fin conseguida. ¿Y ahora qué? Todas las invectivas puestas en práctica para entretenerse se suelen mostrar ineficaces a efectos de abstraerte de la propia realidad y los propios dolores. Vas de aquí para allá y llevas contigo la losa de no poder dejar de pensar en ti, es decir, en lo que te falta. Y sueñas con esa actividad que desconoces cual pudiera ser pero que si dieses con ella a buen seguro te sacaría de las angustias de la ociosidad... o del tiempo que se estanca y trae aromas de muerte. 

Así es que de todas las paradojas de la vida, se me antoja que la más cruel es la de conseguir el paraíso soñado. Y por eso es, precisamente, que sea tan importante soñar con paraísos a los que nunca se acaba de llegar por mucho que se avance. Agonizar para vivir en definitiva. No hay otra. 

lunes, 2 de septiembre de 2013

Renta variable



Sólo he conocido a un sirio en toda mi vida. Bueno, quizá también a algún camarero de esos restaurantes que presumen de libaneses pero que en realidad son de cualquier lugar del oriente medio. El caso es que el sirio de mi vida era un dermatólogo llamado Gauro que pasaba consulta en el despacho adyacente al mío en un ambulatorio de Salamanca. Era un tipo de lo más jovial que siempre se ofreció para lo que fuese que yo pudiese necesitar de él. Por cierto que yo creía recordar que, en sus Cartas Persas, Montesquieu llama gauros a los practicantes de la religión zoroástrica, precisamente en Siria, de los que da detallada información. Se lo comenté un día y dijo que no tenía la menor idea, que su apellido era común en su país y que eran musulmanes. En cualquier caso era un tipo curioso. Había escrito un manual práctico sobre enfermedades venéreas y solía acudir por las noches a las discotecas con un taco de ellos bajo el brazo con la intención de venderlos. También, en llegando las vacaciones de verano, se iba con un maletón a la mejor tienda de ropa masculina de la ciudad y la llenaba de trajes de lino. Acto seguido se iba a su país y los vendía. Me dijo que así le salían gratis las vacaciones y que todavía le quedaba para hacer regalos a sus familiares de allí. 

Bien, eso es todo lo que yo sé de primera mano sobre los sirios. Todo lo demás lo aprendí en los libros. O sea, mal asunto que diría Don Quixote que entre las máximas que preconiza sobresale la que recomienda aprender dos en la vida y uno en los libros. Sin embargo, Gauro, todo lo contrario, siempre de aquí para allá con sus negocios, aprendiéndolo todo de la vida. En fin, nunca se sabe, y en estos días aciagos para los sirios me he acordado de él y me pregunto cómo le habrá ido. 

El caso es que en Siria tienen montado un cifostio de los de aquí te espero. Se andan matando los unos a los otros con tal saña que han conseguido estremecer a la opinión pública mundial. Y lo peor de todo es que no hay forma de identificar al bueno, de identificar al malo. Todo el mundo parece estar convencido de que los unos y los otros son tal para cual. Pero, eso no quita para que el común de los mortales con buena conciencia sienta como una especie de mandato divino que les insta a separar a los contendientes. Lo cual, crea un desasosiego considerable porque el análisis de la situación lleva a concluir que si te metes por medio es muy probable que acabes recibiendo leña por ambos lados... que están armados hasta los dientes de odio y otras cuantas sustancias igual de letales. En definitiva, que mucho hablar pero poco hacer afortunadamente. Y ojalá se persista en la actitud expectante porque si, ya, sólo con los tímidos amagos de pegar, se les ha hecho un flaco servicio a los inversores en renta variable, no quiero ni pensar lo que que pasaría si del amago se pasa a los hechos. 

Todo esto me hace recordar a aquel, tan denostado por los perdedores, "Pacto de no agresión", firmado por las potencias de la época cuando lo de la Guerra Civil Española. Aquella guerra en la que, también, vista desde afuera, tan difícil era identificar a los villanos y a los angelotes. Al final, saltándose el pacto, como por otra parte siempre hacen los totalitarios, los países fascistas ayudaron a los unos y los comunistas a los otros. Y ganaron los mejores con las armas y todo lo demás. Y aquí estamos ahora tan pichis en el pelotón de cabeza del concierto de las naciones. 

En fin, que será lo que Dios quiera. Quizá les envíen un pepinazo a los unos para recordarles que se están pasando de la raya y sólo servirá, a buen seguro, para que se desplomen las Bolsas. En cualquier caso, al final, como no puede ser de otro modo, ganarán los mejores e impondrán sus leyes que si no son medianamente justas volverán a estar en las mismas en cuatro días. Es ley de vida.  

domingo, 1 de septiembre de 2013

Bicicletas al tren



El otro día agarramos las bicicletas y las subimos al tren. No fuimos los únicos como ocurría hace cuatro días. Ahora es rara la vez que no vayamos acompañados por gente del gremio, aunque eso sí, ni por asomo hay uno, o una, que no vaya adecuadamente uniformado para la ocasión. Se diría que todos, y todas, van preparados para correr la Vuelta a Francia. Supongo que algo tendrá que ver en ello aquella vieja creencia que sostenía que los uniformes favorecen mucho. Y, si no, pues como que dan seguridad en uno mismo por cuales quiera razones que sean que no voy a entrar ahora en consideraciones al respecto. 

Subimos al tren nos acomodamos, sacamos el kindle y en menos de lo que cuesta contarlo ya estábamos en Reinosa. Hacía allí un frío que pelaba. Nos dirigimos sin mediar palabra hacia Las Nieves para tomar algo con el fin de coger las fuerzas que sin duda íbamos a necesitar. En Las Nieves hacen unos pinchos y dan unos cafés de lo más apropiados para combatir los rigores del lugar. Bueno, el caso es que Reinosa está a 850 metros de altitud y a donde queríamos llegar antes de comenzar la gran dégringolade, el alto de Palombera, esta a 1260. 410 metros de ascensión en definitiva para un recorrido de unos 10 kilómetros, calculo. Y todo ello a pelo, es decir, sin uniforme. No fue moco de pavo. Y ni que decir tiene que los grandes repechos, y los menos grandes, los subimos todos a pinrel. 

Tengo que confesar que culminé hecho unos zorros. Me tumbé sobre el césped a esperar a María que como se toma estas cosas con más calma tardó en llegar. Corría un viento muy frío por arriba así que nos colocamos entre la ropa todos los trapos y plásticos que llevábamos en las alforjas. Hay que tener en cuenta que desde los 1260 de la cumbre a los 128 de Cabezón de la Sal hay, si no me fallan los cálculos, 1132 metros de caída para un recorrido de casi 50 kilómetros sin la menor subida. Comprenderán la gozada y el porqué del extenuante esfuerzo previo.

Pero, aunque me haya extendido demasiado, no era de la bicicleta como herramienta de ocio de lo que quería tratar aquí sino de la bicicleta como instrumento liberador de las asfixias del tráfico ciudadano. Huelga comentar hasta qué grado de ordinariez se ha llegado en las ciudades por culpa del tráfico rodado. Sólo la necedad consustancial a las masas hace posible que se tolere semejante incomodidad. De hecho, las sociedades en las que el individuo adquiere un papel relevante vienen desde hace tiempo ideando procedimientos que alivian el problema, cuando no lo eliminan. Y el principal entre todos ellos es la utilización de la bicicleta como medio de trasporte. Para ir al trabajo, a comprar, a la opera, a donde sea que en las sociedades todavía enchusmatizadas van en el coche. Claro, acondicionan las ciudades convenientemente para ello y no como hace el "chusma" que rige nuestra ciudad que pretende engañarnos con unos carriles bici construidos a expensas de quitar espacio a los peatones y nunca a los coches. El pobre es tan provinciano que todavía no se ha dado cuenta de que la función de esos carriles no es tanto incentivar el uso de la bicicleta, que eso va de soi, como el ir desincentivando el uso del coche por el sencillo procedimiento de ir robándole espacio. Ya digo, es sencillo y hay una experiencia contrastada que avala su eficacia y bondad. 

¿Hacer desaparecer los coches? No es eso de lo que se trata, sino de racionalizar su uso. Hay actividades, un número reducido por cierto, que por su naturaleza se facilitan utilizando el coche como herramienta. Para esas actividades se ha ideado en muchas ciudades europeas un sistema de alquiler por horas de una sencillez y agilidad sorprendentes. Por el móvil localizas el depósito de coches más próximo a donde estás. Por el móvil pagas y abres el coche. Es, dicen, cuatro veces más barato que tomar un taxi. Y ni que decir tiene el sin fin de molestias y gastos que te evitas al no necesitar ser propietario de un cachivache al que ya sólo la chusma más chusma adhiere prestigio social. ¡Por Dios bendito, si prácticamente los regalan! 

Bueno, el caso es que pese a quien pese y aunque su uso siga siendo mayoritariamente recreativo, cada vez hay más gente que se suma a la tendencia. Se diría que su incremento es exponencial, es decir, que este año no hay el doble que el pasado, sino el cuadrado. En fin, a ver si el regidor se percata y aunque sólo sea por los votos hace algo para facilitarnos la vida.