lunes, 2 de septiembre de 2013

Renta variable



Sólo he conocido a un sirio en toda mi vida. Bueno, quizá también a algún camarero de esos restaurantes que presumen de libaneses pero que en realidad son de cualquier lugar del oriente medio. El caso es que el sirio de mi vida era un dermatólogo llamado Gauro que pasaba consulta en el despacho adyacente al mío en un ambulatorio de Salamanca. Era un tipo de lo más jovial que siempre se ofreció para lo que fuese que yo pudiese necesitar de él. Por cierto que yo creía recordar que, en sus Cartas Persas, Montesquieu llama gauros a los practicantes de la religión zoroástrica, precisamente en Siria, de los que da detallada información. Se lo comenté un día y dijo que no tenía la menor idea, que su apellido era común en su país y que eran musulmanes. En cualquier caso era un tipo curioso. Había escrito un manual práctico sobre enfermedades venéreas y solía acudir por las noches a las discotecas con un taco de ellos bajo el brazo con la intención de venderlos. También, en llegando las vacaciones de verano, se iba con un maletón a la mejor tienda de ropa masculina de la ciudad y la llenaba de trajes de lino. Acto seguido se iba a su país y los vendía. Me dijo que así le salían gratis las vacaciones y que todavía le quedaba para hacer regalos a sus familiares de allí. 

Bien, eso es todo lo que yo sé de primera mano sobre los sirios. Todo lo demás lo aprendí en los libros. O sea, mal asunto que diría Don Quixote que entre las máximas que preconiza sobresale la que recomienda aprender dos en la vida y uno en los libros. Sin embargo, Gauro, todo lo contrario, siempre de aquí para allá con sus negocios, aprendiéndolo todo de la vida. En fin, nunca se sabe, y en estos días aciagos para los sirios me he acordado de él y me pregunto cómo le habrá ido. 

El caso es que en Siria tienen montado un cifostio de los de aquí te espero. Se andan matando los unos a los otros con tal saña que han conseguido estremecer a la opinión pública mundial. Y lo peor de todo es que no hay forma de identificar al bueno, de identificar al malo. Todo el mundo parece estar convencido de que los unos y los otros son tal para cual. Pero, eso no quita para que el común de los mortales con buena conciencia sienta como una especie de mandato divino que les insta a separar a los contendientes. Lo cual, crea un desasosiego considerable porque el análisis de la situación lleva a concluir que si te metes por medio es muy probable que acabes recibiendo leña por ambos lados... que están armados hasta los dientes de odio y otras cuantas sustancias igual de letales. En definitiva, que mucho hablar pero poco hacer afortunadamente. Y ojalá se persista en la actitud expectante porque si, ya, sólo con los tímidos amagos de pegar, se les ha hecho un flaco servicio a los inversores en renta variable, no quiero ni pensar lo que que pasaría si del amago se pasa a los hechos. 

Todo esto me hace recordar a aquel, tan denostado por los perdedores, "Pacto de no agresión", firmado por las potencias de la época cuando lo de la Guerra Civil Española. Aquella guerra en la que, también, vista desde afuera, tan difícil era identificar a los villanos y a los angelotes. Al final, saltándose el pacto, como por otra parte siempre hacen los totalitarios, los países fascistas ayudaron a los unos y los comunistas a los otros. Y ganaron los mejores con las armas y todo lo demás. Y aquí estamos ahora tan pichis en el pelotón de cabeza del concierto de las naciones. 

En fin, que será lo que Dios quiera. Quizá les envíen un pepinazo a los unos para recordarles que se están pasando de la raya y sólo servirá, a buen seguro, para que se desplomen las Bolsas. En cualquier caso, al final, como no puede ser de otro modo, ganarán los mejores e impondrán sus leyes que si no son medianamente justas volverán a estar en las mismas en cuatro días. Es ley de vida.  

2 comentarios:

  1. Conocerías por aquellos años al cubano educado en Moscú que todos los años cargaba una maleta de bragas Made in Spain, las vendía en la Plaza Roja, con el dinero que sacaba compraba caviar que luego vendía a los restaurantes de Zamora y Salamanca y con eso se pagaba los viajes y algún capricho. Lo que nos queda por aprender de esas culturas más avanzadas que la nuestra...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me acuerdo perfectamente de aquel cubano de las bragas. Y también del restaurante España de Zamora que, por cierto, el año pasado vi que había echado el cierre. Una verdadera pena. Por lo visto, nos contaron, todo el cabildo de la catedral había encontrado nuevo acomodo en el restaurante del Hotel Zamora. Pero seguro que no es lo mismo.

      Eliminar