sábado, 7 de septiembre de 2013

Escenas matritenses



Por lo general duermo poco. Entre cuatro o cinco horas los más de los días. Si alguno llego a seis es como una heroicidad. Así es que raro es el día que no esté en pie a las seis de la mañana. Ahora, como estoy en Madrid, me lanzo a la calle a ver cómo amanece la ciudad. A los primeros que veo al torcer   en la esquina es a una pareja de mendigos rumanos que ya tienen abierta la oficina. Se les ve muy enamorados, el uno de la otra y viceversa. Me dan los buenos días de forma amable, pero yo hago como si no les viese. En esto de los mendigos soy muy nietzscheano, les mataría a todos, simbólicamente, aclaro, porque hagas lo que hagas, les des o no les des, siempre te quedas mal. Vago por las calles desiertas observando las típicas actividades de suministro y limpieza propias de la hora. No falta gente en calzoncillos y camiseta que va trotando en dirección al Retiro. A las siete menos cinco o así, como por ensalmo, se empiezan a levantar persianas y a encenderse luces en los locales. En el cielo apunta ya la claridad. Me dejo caer en el "Selma", a dos pasos de casa. Apenas he entrado media docena de veces, pero tal y como me reciben se diría que llevo toda la vida desayunando allí. Ponen un café con leche en vaso que está riquísimo y las porras ni te digo. Hoy el camarero se ha escusado porque las porras todavía no habían llegado. Había media docena de parroquianos sentados en la barra con el café delante y en actitud expectante. Uno no ha podido soportarlo y ha pedido un coñac para la aliviar la espera. La espera de las porras, quiero decir. La camarera caribeña ha entrado en argumentos con el del coñac y el camarero ha saltado de inmediato con comentarios jocosos que dejaban traslucir la improcedencia de los argumentos de la camarera. Hasta que ha entrado un andino sonriente portando una bolsa. Las porras. El camarero le ha regañado por su tardanza y el andino a expuesto sus razones. Se han distribuido las porras y ha sido como si el motor gripado hubiese vuelto a funcionar con normalidad. 

Porque de eso es de lo que se trata, del complejo motor de la ciudad. Falla el andino y todo se viene abajo. Uno que pide un coñac, la camarera que argumenta, el camarero que contraargumenta... así no se puede funcionar. El andino se ha retrasado porque en el bar anterior no pudo depositar la mercancía por no estar levantada la persiana. Cinco minutos de retraso en cualquier sitio sirven para que se desencadene la reacción en cadena. La precisión tiene que ser milimétrica, aunque, afortunadamente, para corregir los pequeños fallos, contamos con la habilidad dialéctica de los camareros. Malheureusement, yo, como soy un impaciente, ya había renunciado a la porra y me estaba comiendo un panecillo tostado con aceite. Estaba muy bueno de todas formas. 

Restablecido ya, he salido a continuar mi periplo. La pareja de mendigos me vuelto a saludar con la misma amabilidad y yo les he vuelto a ignorar con la misma fingida indiferencia. Ya caerá algún día, han debido de pensar ellos lo mismo que yo he pensado que van dados conmigo. Por el cruce de O´Donnel con Doctor Esquerdo hay una panorámica fastuosa. Hacia levante por donde se va hacia Valencia se ve como sale el sol por detrás del gigantesco pirulí en medio de una sinfonía de colores. Me abruma, así que mejor volverse para casa a contarlo. 



6 comentarios:

  1. Anita Botella habló del café con leche, pero se le olvidaron las porras. Ahí está la clave del asunto. Con las porras los juegos no se habrían escapado ni de broma...

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    1. Efectivamente. Café con leche en cualquier parte, pero porras... más concretamente porras fritas. Han hecho falta muchos siglos de I+D para que la gastronomía llegue a tales grados de sofisticación. Ellos se lo pierden.

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  2. Eso sí, como he leído en alguna parte: si hablas de la Plaza Mayor, mejor mencionar un buen bermú, unas aceitunas o un bocata de calamares. Pero quizá eso era mucho pedir a la señora alcaldesa.
    En cualquier caso estarás de acuerdo conmigo en que han sido no solo miserables, sino sobre todo de un asqueroso olor provinciano, las críticas al inglés de Ana Botella. El que sabe cuatro cosas del mundo está enterado, por ejemplo, de que a los americanos les encanta escuchar su idioma hablado con diferentes acentos, que mientras se hable con corrección gramatical, el fuerte deje español, o chino, alemán, francés o mongol, es un atractivo y no un demérito. Otra cosa son, por supuesto, los visajes y el tonillo de maestra de colegio de ursulinas. Pero eso supongo que en este caso era inevitable...

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    1. Desde luego que esa Sra. no me parece en absoluto apropiada para lo que hace. Madrid necesita, creo, un Boris Johnson de alcalde. Alguien en sintonía con la desbordante vitalidad que se observa por las calle. Alguien dispuesto a procrear con la asesora, o asesor, de arte. Esta, como bien dices, comode molde para maestra de un colegio de ursulinas.

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    2. Es que uno no entiende cómo se ha metido y cómo la han dejado meterse en una actividad para la que no tiene ninguna vocación ni ninguna disposición. Esto era a finales de los noventa en una recepción en la Embajada de Tokio. Entramos una amiga y yo en el patio donde se hacían estas cosas -ahora no sé, porque no voy- y vemos a un grupo de gente pasándoselo en grande y a una señorona de la vieja escuela, con el abrigo por encima, mirando a la plebe desde las alturas con evidente cara de asco. Era ella, por supuesto. Aznar parecía que se había tomado dos cajas de anfetaminas: subía a los niños en sus hombros, achuchaba viejas, se hacía fotos cheak-to-cheak tomando la cámara de la propietaria y extendiendo el brazo y no paraba de dar apretones de manos. Menos hablar catalán en la intimidad, hacía de todo y era evidente que se lo estaba pasando en grande. Ana Botella, en su esquina, ni siquiera probaba la paella que preparaban en mitad del patio y que compartía la atención de los presentes con la persona del showman en que se había convertido su marido. A mi amiga y a mí nos dio un poco de pena el que nadie le dijera media palabra y nos acercamos a pegar la hebra. Creo que duramos cinco minutos: no le sacamos más que algún monosílabo y una sonrisa forzada. Sacamos la conclusión de que era un sieso de primera categoría. Ahora dicen que quizá propongan a Cifuentes cuando se recupere del accidente de moto. Solo falta que, como tú dices, cambie la moto por una buena bici.

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    3. Asi es, con el nepotismo, como empiezan las grandes decadencias. Con lo bien que le quedaría a este Sra. de la cosa filantrópica.

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