Hablar de la belleza de los circos, lagos y gargantas de Gredos, huelga. En realidad, cualquier lugar donde ha sido imposible doblegar la naturaleza sirve para dejar perplejo al visitante. Aunque no nos engañemos, la sensación de pequeñez o indefensión que te debieran producir esos espacios hace ya mucho que fue sustituida por una especie de candor de niño en el patio de la escuela. Y es que, por mucho que se resople y agite el corazón, en todo momento eres consciente de que cualquier contratiempo serio se puede resolver por el simple procedimiento de echar mano al artilugio que llevas en el bolsillo. Una llamada y en menos de media hora tienes allí un equipo de socorro que te lleva por los aires al hospital más cercano.
Para mí, lo verdaderamente notable de esta aventura equinocial ha sido la armonía alcanzada entre las partes. Bueno, quizá diga mal, porque una armonía como mandan los cánones actuales exige disonancias y tensiones más que nada para que no decaiga la atención y se entre en somnolencia. Pero no, si las hubo yo no me enteré -quizá de puro hecho a ellas que estoy- y en ningún momento perdí el interés por la empresa ni me ganó la modorra. La verdad es que fuimos dignos émulos de Hans Castorp, Settembrini, Naphta y toda aquella peña de La Montaña Mágica: no callamos ni un minuto. Ni cuando el resuello nos fallaba por exceso de pendiente. No hubo asunto humano o divino, presente o pasado, por venir o no venir, al que no diésemos mil vueltas hasta dejarlo pulido. O niquelado, por decirlo al actual uso.
Sólo me queda añadir que si el aire fino de la montaña y la comodidad de los alojamientos contribuyeron al éxito de la aventura, no menos fue debido a la sorprendente ausencia de pequeñas preferencias por parte de los participantes. Es lo que tiene haber aprendido ya.
Lo del artilugio que uno lleva en el bolsillo es algo que hace unas décadas no podíamos ni imaginar, y tampoco podíamos imaginar lo que nos iba a cambiar la vida. Mi compañero de tantos años, que ahora da clase de emérito en la Universidad de Nairobi, por ejemplo, va por la calle, le llaman y le dicen que ni se le ocurra entrar en unas galerías comerciales. A lo mejor sin el aparato ahora no lo estaría ni contandolo.
ResponderEliminarSeguramente es el paso más importante que ha dado la humanidad hacia esa vieja aspiración olímpica que es el don de la ubicuidad. Ya sólo falta que pongan a punto ese transmisor de materia que usaban en Star Trek.
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