domingo, 15 de septiembre de 2013

Islandia





Andábamos ayer de paseo por una estación balnearia de la costa cuando dimos de frente con una amiga que andaba haciendo lo mismo por, supongo, las mismas razones que las nuestras, o sea, ninguna en especial que no fuese la de no quedarte en casa ni así te ahorquen. Como dos de los tres concurrentes eran gente del gremio de los enseñantes y se da la circunstancia de que acaba de empezar el curso, le dimos un repaso al controvertido asunto de los malos estudiantes. La mala educación que viene de la familia y todo eso. 


El caso es que la amiga en cuestión venía de pasar el verano en un país nórdico. Mal asunto, le dije, tener que volver aquí desde esos lugares. Personalmente, esos cambios súbitos de civismo me sumen en la depresión más profunda. Aquel silencio y limpieza frente a este ruido y suciedad... los niños molestando sin parar con la complaciente anuencia de sus padres y abuelitos. Los perros idem de idem. El tráfico desmesurado. La música omnipresente. Facts incontrovertibles de los que sólo parece ser consciente esa minoría ilustrada de la que por fortuna o desgracia, que no sé, formo parte. 

Ahora mismo, mientras intento escribir esto, es tal el guirigay de ladridos que me resulta difícil continuar. Y eso que éste es el, por así decirlo, barrio pera de la ciudad. En fin, quizá sea la mala situación anímica la que me incita a fijarme en lo negativo. Es decir, negativo para mí, porque para el común de estos barrios, no sé si poco o muy ilustrado, esos ladridos les debe parecer música celestial de la misma manera que al común de los catalanes les parece que es a ámbar y algalia a lo que huelen los purines de los cerdos. Total, que me he perdido, así que me voy a tomar un respiro antes de retomar la reflexión.

Anyway, Dios les cría, no sé si depresivos o ilustrados, o las dos cosas a la vez, y ellos se juntan. Se juntan en una estación balnearia o donde el azar disponga y, ¡ale!, a despotricar de la insaciable necesidad que tiene las chusma de invadir el espacio común con sus diversas deyecciones. Por decirlo al shakespeariano modo, somos nosotros mismos los que engendramos la gran pestilencia de tanto quejarnos sin que ni siquiera se nos pase por la cabeza el ponernos a hacer algo que sea freno a la causa de nuestros desasosiegos. 



Por todo lo cual declaro, aquí y ahora, que me voy a tomar unos días de alta montaña en ilustrada compañía por ver si así mejoro el repertorio y pulo las cualidades interpretativas. A la vuelta nos vemos y que sea lo que Dios quiera. 

2 comentarios:

  1. De Islandia se hablaba mucho en los últimos tiempos por lo de la crisis y tal. Lo que me parece triste es que por lo general nos olvidemos de que se trata del país de Europa con una de las literaturas medievales más hermosas, y de que nosotros tenemos la suerte de contar con un gran especialista que la ha traducido casi toda: Enrique Bernárdez. Si Enrique fuera americano o inglés hasta le habrían dado un premio Príncipe de Asturias, como poco. Como es de la Complutense y se pasa la vida en el despacho estudiando y no haciendo tonterías por el mundo, lo conocemos cuatro. Mejor para él, en cualquier caso.

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    1. Seguramente hay en España muchos como Bernárdez a los que sólo conocen cuatro. Y ese quizá sea uno de los grandes problemas a resolver, conseguir que el imaginario colectivo derive unos cuantos grados hacia referentes con un poco más de contenido. No sé, algo así como empezar a someter a la chusma a un tercer grado. Por ejemplo, que los programas televisivos que hablen de los Bernárdez de turno sean gratis y todos los a propósito de Belén Esteban y así que sean de pago.

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