Hacía un frío que pelaba esta mañana cuando me he metido por El Retiro a pasear. Me ha inducido a ello el recuerdo de aquello que decía Rafa el Proscrito, que el bosque es una cocina. La verdad es que no he notado diferencia apreciable en cuanto a temperatura, pero si mucha en cuanto a ambiente en general. Verdaderamente relajante. El personal justo como para que no te entren las paranoias propias de los grandes descampados rodeados de hormigón.
Así ha sido que, dejándome ir, he ido a dar sobre el monumento a Cajal y no he podido sino quedarme allí un rato dándole vueltas al asunto. He recordado, para empezar, a Santiago Cobo, aquel que fuera médico titular de San Roque de Riomiera, que siempre que nos veía nos contaba historias sobre Cajal. Claro, él quería inculcarnos la afición al oficio con historias ejemplares y la de Cajal era lo más de lo más al respecto. También me he acordado de lo que cuenta Baroja en sus memorias, que el ilustre histólogo era un putero de tomo y lomo... pero pelillos a la mar porque, además, quién no lo era en aquellos tiempos. El caso es que el monumento en sí es toda una lección de historia. Es del año 1928 y es obra de Victorio Macho.
Los años veinte del siglo pasado. El art decó y todo eso. Sin duda había unas minorías cultivadas que colocaban al mundo clásico en el centro de todas las manifestaciones culturales. Cajal, pues Atenea en este caso. Lo mismo que los Hermes y las Ceres que campean por donde las grandes corporaciones de por entonces. Un mundo alegórico que nos obliga a ser conscientes de lo que hay detrás, o más allá, de cada cosa. La inspiración divina, en definitiva, que insufla el espíritu del descubridor.
Por lo demás, así, por lucubrar un poco, Cajal, ese aragonés de pro. Como Gracián, y Goya, y Molinos, y Buñuel. Si tuviese que escoger un Parnaso por regiones, y mira que los hay grandiosos, me quedaría con ese. No sé, para mí tienen todos ellos una lucidez sin remilgos, sin jeribeques. Son, como diría Ortega, la cortesía de la claridad. De la claridad descarnada que enceguece a los pusilánimes.
Atenea, Cajal, la ciencia, fuente de vida, fuente de muerte. Se cierra el ciclo.
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