Como les decía, los griegos, que se dieron cuenta de casi todo, recurrieron a la forma literaria conocida como tragedia para poner en guardia al personal contra esas ilusiones que se derivan del azaroso compartir secuencias genéticas. En resumidas cuentas, vinieron a decir que no conviene fiarse ni siquiera de uno mismo que es, al fin y al cabo, con el que más secuencias se comparten. Y así es que cuando chocan, o simplemente uno se cree que chocan, los intereses la generosidad se las ve y se las desea para luchar contra el egoísmo que nace de tanto quererse a uno mismo a causa de esa maldita y exclusiva secuencia.
Es esa cuestión del determinismo que tan de moda está entre los que se dedican a hurgar en los mecanismos del cerebro. Como si el ser humano nada pudiera hacer por modificar sus comportamientos porque nace marcado a fuego. La verdad, me parece una solemne majadería. El que todos vengamos marcados de nacimiento en una cierta medida es perfectamente aceptable, pero para que este estar aquí tenga sentido tengo que creer que lo que pueda o no pueda fiarme de mi mismo será siempre una función directa de la educación que haya recibido. Y en eso la familia sí que es determinante. La familia, el espacio natural en donde si no se supieron hacer medianamente bien las cosas pueden sobrevenir los más terribles conflictos. Y, desgraciadamente, como todos sabemos, no es tan frecuente que las cosas se hagan bien. Sobre todo porque en la familia, como en todos los grupos cerrados, si no hay una autoridad firme que lo impida, hay una propensión irreprimible a entregarse en cuerpo y alma a la voluptuosidad dionisiaca. Y así es que no se deja pasar efeméride, por ridícula que sea, sin su correspondiente celebración. O sea, otro día para que los niños se crean que esto es Jauja y vayan modelando una personalidad caprichosa y falta de fuerza de voluntad. El final ya lo conocen: el niño, ya mayor, sigue siendo niño y, una de dos, o quiere toda la herencia para él o se da a la bebida. Vampiro en cualquier caso.
La literatura no se ha cansado todavía, ni pienso que lo hará, de explotar este tema. Me viene a la memoria la obra de Evelyn Waugh, "Brideshead revisited", en donde están claramente delimitadas en sus dos principales protagonistas las consecuencias del haber sido educado a lo católico-dionisiaco en el caso de Lord Sebastian Flyte y a lo puritano-apolineo en el Charles Ryder. Supongo que todos conocen como acaba esta historia.
En fin, pensaba en estas cosas porque se da el caso de que anda el país estos días muy conmocionado por unos hechos acaecidos en Galicia. Parece ser que un juez ha encontrado suficientes indicios como para incriminar a unos padres por el asesinato de su hija. Hija que, como para darle más morbo al asunto, era adoptada, notablemente inteligente y, last but not lest, a punto de entrar en la adolescencia. Bueno, también este tema es ampliamente tratado por la tragedia griega: padres que no pueden aceptar que es ley de vida que sus hijos están llamados a desplazarles. En fin, que qué complicados somos los seres humanos y cuanto nos cuesta hacernos conscientes de ello. Y luego pasa lo que pasa.
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