viernes, 7 de marzo de 2014

Desencantados sin encanto

 
 
Leo un artículo de Sostres en el que hace un encendido elogio de la poesía de Leopoldo María Panero. Asegura que, lo que pasa, es que hay que ser inteligente para entenderla. Así ha sido que he cogido, agarrado, y me he puesto a leer lo primero que he encontrado en la red al respecto. Lo confieso con cierto rubor porque tengo en bastante estima las opiniones de Sostres, pero me ha parecido que si eso es poesía yo soy un perfecto idiota porque lo que he leído me ha parecido una completa patochada.

Recuerdo cuando Leopoldo y su familia se pusieron delante de las cámaras para vender el espectáculo de su lastimosa decadencia. No sé cuanto les darían por ello, pero se me hace que cualquier cantidad fue mucho porque aquello, en mi opinión, no valía un chavo. En realidad no hacían otra cosa que lo que hacen ahora las belenesestébanes de turno en eso que se conoce como televisión basura. Poner en el escaparate las propias miserias humanas, perdida del pudor mediante. Y ya se sabe con qué facilidad se pierde eso cuando la bolsa no da para pagar necesidades perentorias indebidamente adquiridas.

El caso es que a la progrería de aquellos maravillosos años le encantó ver el desencanto de unos señoritos de provincias criados a los pechos del más puro de todos los franquismos. Su papá, el poeta del régimen. ¡Ya te digo! ¡Anda que no estaban los progres necesitados de nuevos mitos! A tal respecto, el encanto de los desencantados Panero les vino como anillo al dedo. Quisieron ver en la decadencia suicida de aquellos señoritos de pueblo el anuncio de un nuevo amanecer. En realidad no fue muy diferente a lo que había cantado el Panero padre a los inicios del franquismo. Nuevos amaneceres, porque señoritos de pueblo que se suicidan los ha habido siempre desde que lo hicieron los hijos de Pisistrato para acá. Y siempre fue una ilusión. Lo del amanecer, quiero decir.

Señoritos de pueblo decadentes y suicidas, puro pleonasmo. Sé de lo que hablo porque vengo en cierta medida de eso. Y, bien sur, todavía llevo encima mucho pelo de la dehesa. Lo siento Sr. Sostres, pero quizá sea por eso que D. Leopoldo no me diga absolutamente nada.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario