Se lo he oído decir a mucha gente, que les gusta el tacto del papel, su olor, y por eso no quieren, o casi, oír hablar del Kindle. También me han dicho muchos que donde estén las películas en pantalla grande y en el recogimiento de la sala de cine… pues bien, personalmente, les comprendo porque cada uno es como es, pero no comparto en absoluto sus gustos y menos sus justificaciones. Para mí lo mismo de un texto que de una película lo que cuenta es lo que te cuentan y lo demás, pelillos a la mar. Por lo demás, nunca me he apercibido de que el papel de los libros huela o que tenga un tacto especialmente excitante. Ni tan poco consigo recogerme más en una sala de cine que en el salón de mi casa, por no hablar del tan preciado tamaño de la pantalla que cualquiera que sepa dos letras de óptica te dirá que, dada la distancia entre ojo e imagen, es mucho mayor la de tu Smart tv de 47 pulgadas que la de cualquier sala de cine.
En realidad, todas estas cosas me parecen tan obvias que hasta me da vergüenza tratarlas, pero es que se da el caso de que hoy, navegando por la red, me he topado con un artículo de David Gistau titulado “Bibliotecas” y no he podido sustraerme a la tentación de leerlo. Para mí todo lo que dice es tan de cajón y, si no recuerdo mal, lo he comentado tantas veces ya en mis sucesivos blogs que, si lo traigo a colación no es por otra cosa que porque pienso que los avisados tenemos como una especie de obligación moral con la sufriente tropa de los que, por lo que sea, se obstinan en vivir como si aquí no hubiese pasado nada.
Porque sí, han pasado muchas cosas y muy importantes. Entre otras que ya nadie se traga que por tener muchos libros en casa merezcas una consideración especial. El prestigio social de la biblioteca privada, ya, ni en provincias. Hoy todo el mundo sabe que cualquier mindundi puede llevar en el bolsillo trasero de su pantalón una mucho más completa que la Menéndez Pelayo. ¡Madre mía, con lo que eso facilita las cosas! Porque ya no sólo es que puedes leer lo que quieras, cuando quieras, en donde quieras, no, es que no tener que acarrear libros quiere decir libertad.
Bueno, es inútil enumerar lo que hasta un adoquín puede concluir si le da la gana. Todas esas cosas a las que la sufriente tropa se agarra para no enfrentar mayores cotas de libertad. El miedo a la libertad, algo que conocemos desde que un tal Fanon nos lo hizo notar cuando aquellos maravillosos años. Maravillosos no por nada sino porque el que quiso tuvo a su alcance los medios para aprender a mirarse por dentro, algo que, como todo el mundo sabe, puede resultar en principio sumamente desagradable por las cosas que es inevitable encontrar. Los motivos reales por los que haces las cosas, por ejemplo, que de puro tontos suelen ser hasta pintorescos y que, sobre todo, no sirven en absoluto para dejar de ser tropa sufriente porque ni se puede engañar a todos todo el tiempo ni mucho menos engañar todo el tiempo a uno mismo.
En fin, piénsenselo dos veces, el espacio que ocupan, la avidez por el polvo que muestran, lo que pesan… si hay algo representativo de un mundo révolu, de tropa sufriente, eso son los libros… a no ser que se sea un bibliófilo, que también pudiera ser.
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