El caso es que ayer noche, paseando por una Corniche en la que, por las rabiosas rachas de viento frio y húmedo, o lo que fuere, no se veía ni a una "Venus a la fourrure" paseando al novio, anoche, les decía, di en pensar que sería bueno hacer una promesa, pequeña promesa, por tal de sacudir un poco el espíritu que es que noto que le tengo entumecido por el abuso de las aportaciones estériles propias de la vida acomodaticia. Quizá tal deseo no sea sino una débil manifestación del sindróme de "Paquito el Relojero", esa necesidad imperiosa de huída o cambio que acontece en toda persona normal, o mentalmente sana por mejor decirlo, tan pronto como la eclíptica y el ecuador del sol están en trance de cruzarse por el lado del primer punto de Aries que le dicen, no sé por qué.
Una promesa que no por intrascendente deja de tener valor porque, al fin y al cabo, se trata de suspender una adicción largamente sostenida, y acariciada, a saber, dar un repaso justo después del desayuno a un puñado de los que considero más representativos entre los periódicos digitales. ¿Seré capaz de sobrellevar la ansiedad propia de la portera condenada a prescindir de los cotilleos? Porque esa es la cuestión que, noticias propiamente dichas, en esos medios, una de Pascuas a Ramos. Lo demás, puros y duros cotilleos. Chismorreo, gossip, bavardage, como le quieran llamar a esa pestilencia del espíritu que predispone al asco, los resentimientos, la envidia, el odio y, de ahí, al apetece fusilarlos que ya sólo queda un paso.
Claro, me resta ahora llenar esa laguna, o vacío propiciado por la ausencia de basura. Y el caso es que sé perfectamente con qué suplirlo. Pero también conozco que el manejo de ciertos materiales nobles exige del aporte de grandes dosis de voluntad. Escuchar las conferencias del portal TED o las clases de la Khan Academy o del MIT, así, de entrada, por amor al arte, es mucho pedir porque sin darle una gran tensión al espíritu no sirven absolutamente para nada y te matan de aburrimiento. Tensar el espíritu, esa es la cuestión. Tener o no tener verdaderas ganas de elevarse. De acceder al verdadero saber. ¿Hasta que punto está uno dotado para eso?
En fin, vamos intentar mantener la promesa, so pena, de lo contrario, de ir notando como la burricie va impregnando una a una todas las células del celebro.
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