lunes, 3 de marzo de 2014

La novia del mar



Ayer hacía un día de esos que le solemos decir de perros. Bueno, en sentido estricto todos lo son dada su incidencia en el devenir ciudadano. Sea como sea, el caso es que vi que por poniente, de donde venían las fuertes rachas de viento y agua, se estaban abriendo unos claros. Esta es la mía, me dije y, sin más, me eché encima el chubasquero y salí a la calle con intención de escampar en lo posible la boira que ya estaba empezando a descomponerme los sesos. Y así fue que nada más salir de la urbanización comprobé que todas las aceras estaban, hasta el último centímetro, ocupadas por coches. Habrá algún partido, pensé, y ya se sabe que la chusma toma cualquier acontecimiento a beneficio de inventario. Total que sorteando como pude los coches me dirigí en dirección levante más que nada porque era la forma de no enfrentar el viento. No tardé en llegar a la orilla del mar. Justa allí estaba el partido: la mar brava. Estaba abarrotado de gente contemplándola. Ni en los mejores días del verano había visto yo tal gentío en el Sardinero. Bien es verdad que la mayoría se hacían acompañar de su perro para, como les decía, estar en sintonía con el día. 

La mar estaba francamente revuelta y como era la hora de pleamar las olas saltaban sobre el petril del paseo marítimo e invadían las calzadas adyacentes. Lo raro era ver a alguien que no estuviese tomando fotos de lo que a su parecer, al parecer, debía ser un hecho extraordinario. Un récord más para que no decaiga la fiesta. Por fas o por nefas, ni hay día sin su afán ni mucho menos sin su récord, pensé. ¿De qué iban a vivir, si no, los medios de comunicación y las ingentes masas de aburridos? Desde luego, seguí pensando, con qué poco se contenta la gente. Y me acordé de Poirot. 

Un peu monotone, n´est pas? Eso es exactamente lo que hubiese dicho Poirot a cualquiera de los extasiados contemplantes. Una ola detrás de otra y toda la gracia consistiendo en esperar que la próxima llegue más lejos y al ser posible arrase algo, porque si no... ya me dirás tú. Si no hay estragos en condiciones, pensé, las acciones de la constructora que el otro día compré por consejo de mi banco, seguirán su imparable bajada. Con un poco de suerte, esto podría compensar las consecuencias de la crisis de Crimea. Porque es que, leches, no puede ser que no haya mal que por bien no venga. 

Y así es como transcurre la vida en la provincia. Apaciblemente. Pasando los días como si fuesen las olas del mar. Unos más bravos que otros. Y algunos, incluso, con sus pequeños estragos. Pero nada que no pueda arreglar Valdecilla o, en su defecto, Ferrovial. 

   

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