La mar estaba francamente revuelta y como era la hora de pleamar las olas saltaban sobre el petril del paseo marítimo e invadían las calzadas adyacentes. Lo raro era ver a alguien que no estuviese tomando fotos de lo que a su parecer, al parecer, debía ser un hecho extraordinario. Un récord más para que no decaiga la fiesta. Por fas o por nefas, ni hay día sin su afán ni mucho menos sin su récord, pensé. ¿De qué iban a vivir, si no, los medios de comunicación y las ingentes masas de aburridos? Desde luego, seguí pensando, con qué poco se contenta la gente. Y me acordé de Poirot.
Un peu monotone, n´est pas? Eso es exactamente lo que hubiese dicho Poirot a cualquiera de los extasiados contemplantes. Una ola detrás de otra y toda la gracia consistiendo en esperar que la próxima llegue más lejos y al ser posible arrase algo, porque si no... ya me dirás tú. Si no hay estragos en condiciones, pensé, las acciones de la constructora que el otro día compré por consejo de mi banco, seguirán su imparable bajada. Con un poco de suerte, esto podría compensar las consecuencias de la crisis de Crimea. Porque es que, leches, no puede ser que no haya mal que por bien no venga.
Y así es como transcurre la vida en la provincia. Apaciblemente. Pasando los días como si fuesen las olas del mar. Unos más bravos que otros. Y algunos, incluso, con sus pequeños estragos. Pero nada que no pueda arreglar Valdecilla o, en su defecto, Ferrovial.
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