sábado, 29 de marzo de 2014

Diversas agonías



Hay un personaje del libro que estoy leyendo que dice "...me pregunto de que nos puede servir nuestra longeva buena salud..."
Está en el ajo ya en los años cuarenta.
Actividad personal?... actividad compartida?

Me vas a perdonar, querido Pedro, que utilice tu misiva para explayarme a propósito de lo que tanto nos concierne de cara a sentir que seguimos estando vivos. ¡Qué difícil, madre mía! Pedaleo hacia el café que espero compartido y veo a ese jubilado que aparca el coche, saca el perro, le ata el collar y se dispone a pasear con él por la Corniche. No hay otra parece ser para la inmensa mayoría que aparenta un bienestar casi beatífico. La verdad, no me resigno. Necesito despotricar para así allanar el camino de la huida. 

Ya sabes que para mí Santander es un puñado de amigos. Las circunstancias han hecho que aquí confluyan casi los únicos que pude mantener a lo largo de lo vida. No importó cuales fueran los trances ni las distancias, la amistad saltó por encima de todo ello y perduró. Así es que ahora son apoyo, acaso consuelo, pero sobre todo inspiración. No necesito confesarlo porque seguro que se me nota, si no fuese por los amigos quizá fuese Santander uno de los últimos sitios en los que se me hubiese ocurrido asentar mis reales. Ya lo dije alguna vez, que no es ciudad para viejos. Para jóvenes, si no se conforman con lo de coger olas, supongo que tampoco. Pero es que, además, si miras la costa atlántica europea, del Cabo Norte al San Vicente, quizá no haya ciudad de apariencia más cutre... acaso Bilbao o Gijón, pienso, le podrían arrebatar el cetro, no sé. 

Y así llego a donde quería llegar, ¿justifica el tener los amigos cerca la elección del lugar de residencia? Porque el caso es que a los seis meses escasos de estar instalado en este mítico Sardinero empiezo a notar como si se me estuviese yendo la vida de una forma bastante estúpida. Como si este entorno de campo santo me estuviese adelantando lo que es deseable posponer. Porque es que, además, ¿en qué empeció la distancia la calidad de nuestra amistad? Antes bien, juraría, fue incentivo que contribuyó a consolidarla. Al fin y al cabo, la distancia es agonía y la agonía, intensidad. 

Así es que he llegado a casa con la visión del jubilado paseando por la Corniche con su perro y no he tenido otro deseo que el de abrir la página de Idealista que es por donde empezaron siempre de un tiempo a esta parte mis grandes movidas. En fin.

Por lo demás, actividad personal, actividad compartida, creo que lo uno por lo otro y viceversa. Por cierto que la primavera ya está en sazón para poner en práctica ese proyecto de lanzarse a los caminos que venimos acariciando de un tiempo a esta parte. 

Y que Dios nos prolongue nuestra longeva salud.
  

 

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