lunes, 3 de marzo de 2014

El Gran Schopen



Una de las cosas que por lo visto más le sorprendían al Gran Schopenhauer es la insistencia con la que los humanos nos aferramos a la vida. Para él no podía ser por otra cosa que porque no nos lo pensamos con detenimiento. Algún mecanismo debe de haber en nuestro cerebro que tan pronto le llegan sugerencias al respecto de lo mierda que es la vida en general hace saltar la tajadera, que diría un aragonés, y dirige el pensar hacia los fértiles campos de la esperanza. Porque mira que entre los duros aprendizajes, la adolescencia, las frustraciones, las incertidumbres, las ansiedades, y un largo etc., queda ya muy poco tiempo del que podamos decir que qué gusto estar vivo. Y no es porque no nos esforcemos lo suficiente por ser felices, que no hay trabajo que hagamos que no vaya encaminado a tal fin, pero hasta cuando conseguimos tocar cielo con las yemas de los dedos queda un regusto de amargura por la fugacidad del placer obtenido a costa de sabe Dios qué renuncias. 

Instinto de vida, perpetuación de la especie, lo que sea que está grabado a fuego en eso que ahora les ha dado por llamar código genético. Ya les vengo diciendo que cada vez creo más en Dios, sobre todo cuando escribe recto con renglones torcidos, porque supongo que es eso lo que está haciendo en Siria, Ucrania e, incluso, Cataluña. Instinto de vida, perpetuación de la especie y, así, a primera vista, parece que no hacemos otra cosa, por todos los medios, que intentar acabar con cualquier rastro de vida sobre el planeta a base de inventar conflictos a los que me resulta imposible encontrar otro fundamento que no sea la absoluta falta de inteligencia de aquellos que los provocan. 

Falta de inteligencia, de formación, de sentido común, como quieran llamarlo. Empezando por nosotros mismos, continuando con nuestros allegados y terminando con el mundo en su totalidad. Matamos a nuestro padre y sudamos a raudales para desentrañar los enigmas que nos allanan el camino a la cama de nuestra madre. Al final no nos queda más remedio que sacarnos los ojos porque no podemos resistir la vista de lo que hemos creado. Todos somos Edipo y da igual que lo sepamos. No hay forma de escapar a la tragedia. 

Y sin embargo, te quiero. ¡Te quiero tanto! ¿Por qué será? 

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