miércoles, 19 de marzo de 2014

Waltdisneico



Yo, al contrario aparente de algunos amigos del alma, siento una gran admiración por los EE UU de América. Una admiración que, como todas las que tengo, admite no pocos matices o correcciones. Es decir, que no es ciega como suele pasar cuando se admira por ideología. Así es que hay sobre todo dos aspectos venidos de allá que detesto a rabiar, a saber, la pasión consumista y Walt Disney. 

De la pasión por el consumo poco hay que decir que no sea lo expuestos que estamos todos a sus tentaciones, sobre todo cuando tienes algún dinero de sobra en el bolsillo. Las imbecilidades que se suelen hacer entonces, y los berenjenales en los que uno se mete, a buen seguro que contados con cierto arte servirían de argumento para una muy buena literatura de terror. Pero no es sobre tal manida cuestión de lo que me propongo despotricar aquí y ahora, no, lo que quiero traer a colación es esa especie de religión, a mi entender nauseabunda, surgida de las prédicas lanzadas desde la factoría Walt Disney. 

No pretendo ser original en esto. La primera alerta al respecto me llegó de la mano de uno de mis maestros preferidos, Sánchez  Ferlosio. Al principio no le entendía porque algunas películas de esa factoría me habían hecho disfrutar. Y no digo ya de niño que, entonces, hasta con "La dama y el vagabundo" sentí intensas emociones de las de peor catadura. Me refiero, por ejemplo, a "Alicia en el país de las maravillas", cuya visión me hizo pasar, ya de muy adulto, la mejor sobremesa  que recuerde de una comida de Navidad.

Pero vayamos al grano de en donde, de la mano de Ferlsio, me parece que reside la nauseabundez de la religión waltdisneica. Es, exactamente, en la humanización de los animales. Esa humanización de los animales, tan aceptada con entusiasmo por la chusma en general y algunos menos chusma en particular, no ha supuesto en absoluto una exaltación de la condición animal ya que siguen sirviendo para lo que siempre sirvieron y nunca nadie lo remediará, no, lo que se pretendía con eso era una degradación de la condición humana, cosa en la que, juraría, se están consiguiendo e, incluso, superando las expectativas. Que los animales son más listos y, sobre todo, más nobles que los humanos es algo que nunca se apea de la boca de millones de personas que a mi juicio "se lo debieran hacer mirar" por un especialista en las cosas de la psique. Yo les suelo contestar con pretensiones irónicas que cuando, Dios no lo quiera, tengan un cólico de riñón acudan a su perro, o a su gato, o a su pitón, que ya no se sabe, tal es la originalidad, para buscar alivio. 

Pero da igual que digas lo que digas. Los conversos a esa religión son tan fanáticos que parecen estar dispuestos no a morir, bien sur,  sino a matar en defensa de sus convicciones. Aceptan fatal los chistes sobre sus creencias y compiten entre ellos a ver quien tiene mejor corazón dedicando a los animales las atenciones que, si tuviesen el cerebro medianamente ajustado, dedicarían a tantos y tantos humanos necesitados de todo como hay en el mundo. Algunos muy cercanos a ellos, por cierto. 

En el fondo, creo, esa transferencia afectiva a los animales no es, juraría, sino un sintoma patognomónico de la degración moral que suele afectar a las sociedades opulentas. No es de ahora. Apuleyo lo dejó clavado en el relato de aquella millonaria romana que ni con la gigantesca polla del "asno de oro" conseguía saciar su apetito sexual. Cuando ya lo tienes todo es lógico que el siguiente paso sea disfrutar de alguien que, si te da problemas, le mandas al matadero y santas pascuas. O le pones a dormir, como se dice ahora en alarde de sutileza para deshacerse de los perros. 

Así es que por tal estado de la cuestión los medios de comunicación no hacen otra cosa a todas las horas que contarnos las monerías que hacen los animales o las no menos monerías que hacen algunos humanos que aman a los animales por encima al parecer de todas las cosas. Y si, por ejemplo, hay un delfín que ha decidido acercarse a la playa para poner fin a sus días, no se amohínen que aunque las aguas estén heladas habrá allí unos cuantos corazones bondadosos dispuestos a agarrar una pulmonía con tal de que el delfín no consiga su objetivo. Así son las grandes proezas que se relatan hoy día y no por nada sino porque son las que chiflan a la mayoría. Tal es la influencia conseguida por la nauseabunda religión waltdisneica que les comentaba. 

Para concluir les diré dos cosas: una, que esta religión pasará; dos, que no estoy muy seguro de desearlo porque a lo mejor es síntoma de que la opulencia toca a su fin. 

2 comentarios:

  1. Una amiga, precisamente de tu pueblo, me recomendó que fuera a Disneylandia porque decía ella que era el negocio mejor llevado que había visto. No le hice caso, pero una novia mía se puso pesada y me hizo acompañarla un día: la verdad es que se aprende allí más de marketing que en un año de un máster de administración de empresas. Si vas con niños puede que la visión sea otra...

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  2. Sí que debe de ser digno de consideración a juzgar por como resiste las crisis económicas. Supongo que su éxito tendrá algo que ver con la infantilización generalizada de las sociedades opulentas. Infantilización a la que tanto han contribuido ellos con sus películas. Supongo que toda esta mierda empezó con aquel San Francisco del que ha tomado el nombre el actual Papa. Hermano Lobo... que se lo digan a los "proscritos" de Alar. ¡Ya te digo!

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