Cualquiera que me conozca un poco seguro que sabe hasta qué punto estoy obsesionado con el asunto de las relaciones del ser humano con los animales en general y con los perros en particular. Soy perfectamente consciente de que es una cuestión que, como todas las relacionadas con el universo mental, no admite, por mucho que algunos vivan de pretenderlo, el menor planteamiento científico. Así es que todo lo que se diga al respecto nunca podrá pasar de la mera conjetura que, eso sí, puede ser más o menos plausible o, si mejor quieren, más o menos brillante... aunque, del universo mental, no nos engañemos, de Esquilo, Sófocles y Euripides para acá nadie ha aportando al respecto gran cosa digna de mención.
Así que descartadas las grandes cuestiones, conformémonos con buscarle las tres patas al gato de las pequeñas que, a efectos de hacerse la ilusión de una cierta clarividencia nos sirven exactamente igual que las grandes. Veamos: ¿por qué será que en la actualidad arrasa la moda de ir por la calle justo como les muestro en la foto que encabeza este post? Para mí resulta inexplicable que prácticamente la totalidad de personas que me cruzo en mis paseos vespertinos vayan de tal guisa. Bueno, para ser exactos tendría que decir que me resultaba inexplicable hasta ayer por la noche cuando, previa cena de pizza y generosos caldos, nos pusimos a ver "La Venus a la fourrure" en donde creí atisbar algunas lucecitas dispersas por entre el oscuro entramado.
Nos ha quedado meridianamente claro que tras el inequívoco triunfo de todas esas pseudociencias que pretenden haber desnudado al ser humano hasta dejarle transparente, psicología, sociología, antropología y demás, ya es imposible obtener un ápice de felicidad a la vieja usanza, es decir, por el procedimiento de dejar suelto al animal que llevamos dentro. Sade y Masoq. Dominio y sumisión. Verdugo y víctima. ¿Quién es quién? Las cosas no son lo que parecen a primera vista y en eso está el interés del juego. Pero, claro, en eso llegaron los diversos "ólogos" y mandaron parar. Séxismo, dijeron. Machismo, pornografía... y se cargaron el invento. Ya nadie puede fuetear ni ser fueteado porque rápidamente va el vecino que confunde los gemidos de placer con otros de dolor y pone una denuncia. Una alienación insoportable en definitiva.
Y así es que, roto el juguete, ¿que hacer para sobrellevar la pena? Pues lo de siempre, resignarse al sucedáneo. La única relación posible de dominio/sumisión es la que se establece con los animales. Siempre ambigua, por supuesto, porque el mismo que pone la correa alrededor del cuello es el que se encarga de recoger las caquitas. ¿Quién es el dominador? ¿Quién el sumiso? Aunque sea pura ilusión, el juego continúa.
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