Sargadelos es símbolo donde les haya de un mundo révolu. Y no sólo porque lo de poner figuritas en estanterías para adornar parezca ya una tontería insoportable sino, también, porque cuando a esas figuritas se pretende dar un significado de pertenencia, entonces, sencillamente, lo que se está haciendo no sólo es el ridículo sino que además se le están dando pistas al enemigo.
Sargadelos fue fundada a principios del XIX como tantas otras fábricas de vajillas de cerámica. En todas las ciudades que he vivido hubo una que se fue ya hace tiempo a pique. Por lo visto la fábrica estaba muy pachucha, pero después de la guerra civil unos galleguistas la refundaron con la intención de que no sólo fuese lo que en definitiva sólo puede ser una fábrica de cerámica sino, también, una especie de lanzadera de la idea de galleguidad, o sea, un verdadero despropósito que por desgracia una serie de circunstancias coyunturales convirtieron en exitosa realidad: todos los gallegos, los de casa y los de allende los mares, ponían en sus estanterías figuritas de Sagardelos para que cualquiera que fuese que entrase en su casa supiese a qué atenerse: aquí vive un gallego, ¡casi na!
Efectivamente, ¡casi na! Como ser de cualquier sitio. Y eso a pesar de todos los esfuerzos realizados por la gentuza dirigente de lo se dio en llamar comunidades autónomas. Y no digamos, ya, si en vez de comunidades eran nacionalidades porque, entonces, ya, ha sido puro delirio. Como dijo un ilustre filósofo localista, los catalanes, por el simple hecho de ser catalanes, irán, por el mundo y lo tendrán todo pagado. Y, como les decía el otro día, la chusma, haciendo virtud de su defecto, se lo tomó a beneficio de inventario. Y a la vista están las consecuencias.
Claro, si todo ese dinero que se gastó la fábrica en promover galleguidad se lo hubiesen gastado en innovar, otro gallo les cantara. Porque el caso es que la gente sigue necesitando usar vajillas dos o tres veces al día. Luego Dios existe. Lo que pasa es que como la vajilla es el continente y lo que importa es el contenido, pues eso, que la gente no es tonta y no paga por dibujitos que a la postre ni se ven. Hasta los más torpes se dieron cuenta que el barroco había dado paso al minimalismo. Y las vajillas no iban a ser menos... menos para los galleguistas.
En fin, que se veía venir. En los tiempos de Inditex ir presumiendo de gallego es, sencillamente, una imbecilidad. Hoy día, por lo general, ya no se presume de nada porque es de mal gusto. Pero si resulta que una empresa de Silicon Valley te contrata, entonces, todo el mundo se entera y sabe a qué atenerse contigo. Así es como hoy corre el mundo .
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