Catadura
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Reconocerán conmigo que nunca hemos tenido un presidente que sepa zanjar mejor con pocas palabras los debates estúpidos y, en este caso, sobre todo mezquino. Ya saben que tengo por norma no acercarme, ni aún cuando estoy ciego de grifa, a una cadena de televisión española, sin embargo es imposible que no me lleguen los ecos de lo que en ellas se cuece. Por lo visto estos días han tenido lugar en ellas debates a propósito del cura misionero que ha sido repatriado con el virus del ébola dentro del cuerpo. Según me cuentan las ideas allí vertidas por algunos han dejado a la ipecacuana en cosa de niños en cuento a su poder emetizante. Y después, esta misma gentuza, cuando ha visto que tenía la batalla perdida, ha dicho que los gastos del traslado sean costeados por la compañía religiosa a la que pertenece el misionero. Se ha llegado a decir que la idea de cobrar ha salido de las instancias oficiales. Bien, como supongo que ya sabrán, el Presidente ha zanjado el asunto con unas breves palabras apelando al sentido común. No sé de donde ha podido salir semejante insensatez, ha dicho. Podría haber añadido para rematar a los contumaces que este país tiene todos los días una escuadrilla de aviones surcando los cielos para llevar de aquí para allá los órganos que se trasplantan sin preguntar si el donante o el receptor es o no religioso.
Porque estoy seguro de que el hecho de que el infectado sea religioso ha dado un argumento más a los reacios al traslado. Si hubiese sido de una ONG, claro, otro gallo cantara, pero religioso... en fin, pero una cuestión menor en cualquier caso porque lo que ha contado aquí sobre todo es el asunto ese, por así decirlo telúrico, de la gestión del miedo. Pocas cosas hay, desde luego, que mejor signifiquen la catadura moral de la persona que su actitud ante una situación de emergencia colectiva. Es como la raya aquella que trazó Pizarro: a un lado los valientes y al otro los cobardes. O los generosos y los egoístas, lo que viene a ser lo mismo.
Anyway, lo que cuenta es que el gobierno se puso del lado de los valientes y trajo al infectado. Y eso a mí me sirve mucho más que otras cosas para calibrar la grandeza del país en el que vivo. Podré quejarme y criticar sin piedad mil aspectos de la vida cotidiana que me irritan, pero gestos así me sosiegan porque me hacen ser consciente de que en lo realmente importante tengo con quien contar. Ante los grandes retos, no estoy sólo. Doy gracias por ello y, también, so pena de culpabilizarme, pienso que algo deberé hacer para estar a la altura.
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