En definitiva, Dios, por mucho que le cueste, siempre acaba ganando porque es más fuerte que el diablo. Más fuerte, o sea, tiene más razón o, mejor si quieren, es más bueno. Así es la lógica implacable que viene rigiendo los destinos del mundo desde sus albores. Y por eso estamos como estamos, lo más seguro mucho mejor de lo que estábamos, aunque nunca podremos saber si no hubiéramos estado todavía mejor si de vez en cuando hubiese ganado el diablo.
Si Aníbal hubiese entrado en Roma, que lo tenía chupado, o si el mando aliado no le hubiese prohibido a Patton seguir hasta Moscú, que también lo tenía chupado, ¿cómo sería el mundo ahora? Me temo que más o menos igual a como es. Porque, seguramente, da igual que unos traten de impedirlo y otros de imponerlo: la liberación del individuo/lobo que todos llevamos dentro tiene su particular paso a paso y a nada que las circunstancias se pongan adversas la dirección se invierte y se vuelve al corderito en busca de Pastor.
En fin, que no se me descarríen, no más.
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