De entre las muchas curiosidades que pude colegir de mis pesquisas por Barcelona hay una que tiene su aquel. Solía yo frecuentar el paseo marítimo que va de La Barceloneta a San Adrián de Besós y no era raro que al llegar a la parte de Bogatel, en donde detrás de una duna artificial hay una playa nudista, viese a un grupito de paquistaníes que se dedicaban a observar a los bañistas con el típico aire de quien está haciendo algo feo (con risitas contenidas y tal). Al ser tan frecuente el hecho, pensé que seguramente a los recién venidos de aquél lejano país sus compatriotas ya asentados en la ciudad le proporcionaban una especie de bautismo de fuego llevándoles allí a ver cuerpos desnudos. De lo más natural, por otro lado, y lo digo desde la propia experiencia, querer satisfacer esa curiosidad que las sociedades atrasadas consideran el colmo de la indecencia. El caso es que viendo la foto que les muestro me he dado cuenta que los paquistaníes ya no tienen que ir a Bogatel a satisfacer un deseo largamente acariciado porque Bogatel va a sus tiendas a comprar lo que sea que seguramente será algo que ponga contento. Bueno, es que en Barcelona siempre han sido muy liberales. Ya en mis tiempos solía ver a un tipo que paseaba por la Barceloneta llevando por toda indumentaria un taparrabos tatuado que obviamente no le tapaba el rabo que, por cierto, le llegaba hasta muy por debajo de las rodillas luciendo en su glande un pierçing con un cascabelito adosado para, supongo, atraer la atención del respetable. Siempre pensé que bien pudiera ser que estuviese a sueldo de la corporación municipal por aquello de dar espectáculo a los turistas que como todos ustedes saben son gente que nunca se sacia de curiosidades.
Pero lo mejor de todo esto, si se fijan en la foto de arriba, es la actitud de los paquistaníes que venden la mercancía. Ellos ni entran ni salen. Están allí para ganar dinero y punto. O al menos eso es lo que quieren dar a entender. Luego, hemos de suponer, harán sus comentarios entre ellos. Estos infieles están en las últimas y cosas así. Nos los podemos merendar con patatas tan pronto como nos dé la gana. Y entonces van al locutorio del barrio y mandan unos eurillos a los que guerrean por la causa. Ya saben, eso que llaman la yihad, un invento que viene a consistir sobre todo y fundamentalmente en que las mujeres no enseñen nada de nada a nadie que no sea su dueño y señor. ¡Meter a las mujeres en cintura, casi na! Claro, para eso se necesita un régimen político no sólo totalitario sino, además, sanguinario. No por nada sino porque al tirar más pelo de coño o dos tetas que dos carretas si no utilizas los descansos de los partidos de furbo para lapidar a unas cuantas zorras la cosa se te va de las manos. En fin, ya sabemos de qué va todo esto y de qué manera los barbaros suelen acabar siempre conquistando Roma.
Pues sí, señoras y señores, convénzanse, esa es la última frontera a derribar a efectos de ideología: la actitud del hombre frente a la mujer. Igualdad frente a dominio. No sé, pero me temo que esta frontera nunca se va a franquear. En cualquier caso, hagan apuestas: ¿caerá otra vez Roma o no volverá a caer?
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