miércoles, 27 de agosto de 2014

La mirada del tovarich

 
 
Ayer por la mañana sostuve una entretenida conversación con una familia de gitanos que tenían aposentados sus reales en el aparcamiento de la Segunda Playa. Parecían ser tres generaciones de la misma familia aunque los mayores no sobrepasasen los cincuenta ni los menores bajasen de diez. La cosa comenzó porque el patriarca del grupo se dirigió a mí con todos los respetos para preguntarme si estaba casado. El objeto de la pesquisa era el de pretender endosarme una de las mujeres caso de ser soltero. Cuando les dije que yo podía ser padre o abuelo de aquellas mujeres me tomaron por loco. De joven siempre tuve aspecto aniñado y ahora, de viejo, a primera vista, doy el pego. Sí, pero la procesión puede ir por dentro, les dije, y entonces el patriarca respondió que lo que es una persona y cómo está se ve por fuera. El intercambio de ideas duró una buena media hora en la que hicimos muchas risas y ellos aprovecharon para lavarse los dientes y otras abluciones. Me despedí deseándoles felices vacaciones lo que sin duda, estoy seguro, van a conseguir.

El caso es que me quedé con lo de "lo que uno es y cómo está se ve por fuera". Y está mañana al ver la foto de Putin que les muestro lo he vuelto a recordar. La dichosa pinta, eso de lo que los guardianes de lo políticamente correcto no quieren ni oír hablar porque se supone que los ricos la tienen mejor y no por nada sino porque, como en los chistes de Chumy Chúmez, se pasan la vida vestidos de frac y cabalgando sobre los hombros de los pobres y, así, cualquiera. Anyway, los gitanos tienen, entre tantas cosas buenas, la de pasar de los prejuicios sociales de los payos (con los suyos se sobran y bastan) y no digo ya del de la dichosa pinta que tantos disgustos les ha dado a lo largo de la historia. Así que un gitano ve esa mirada de Putin y no le compra un coche usado así tenga que ir andando con toda la familia hasta el fin del mundo. 

En llegados a este punto convendría analizar los componentes que pudieran intervenir en la construcción de la pinta de una persona cualquiera. Los componentes genéticos, of course, y los propiamente ambientales. Es fácil de entender: sólo hay que darse una vuelta por una universidad de pago y luego por las tiendas RETO para percatarse hasta que punto el ambiente puede ser decisivo, pero sin perder nunca de vista la sabia observación del clásico que reza así: donde no hay conocimiento el hábito califica ignorando que no pocas veces debajo de mala capa suele haber buen vividor. 

Así que la mirada del tovarich Putin no deja lugar a dudas de que se ha tenido que pasar los mejores años de su vida merodeando por las cloacas de la KGB para haber conseguido saber darle ese tono de acrisolada desconfianza que no puede dejar indiferente, y menos tranquilo, al más templado de los interlocutores. Putin no se fía ni de su madre y no sólo en el sentido figurado de la expresión. Hace dos años pasaron por ARTE un documental titulado "La mamá de Putin" en el que se la veía viviendo en la más oprobiosa de las miserias. Su hijo, al parecer, ni sabe ni contesta al respecto. ¡Faltaría más! Empieza uno confiando en su madre y en cuatro días descompone la figura que tanto ha costado conseguir.  

En fin, que, como me dijeron los gitanos, la pinta no se despinta a la primera de cambio. Y el caso de Tovarich Putin es paradigmático al respecto: la suntuosidad del Kremlin para nada ha influido en la mirada que se cinceló golpe a golpe por los pasillos del KGB.

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