martes, 19 de agosto de 2014

El fin de la Historia

 
 
Hace unos años un americano escribió un libro al que dio por título "El fin de la Historia". Inmediatamente se organizó un revuelo descalificador capitaneado, como no podía ser menos, por el diario independiente de la mañana, ya saben, el reconocido guardián de las esencias socialdemócratas... claro, el escritor, aparte de norteamericano traía label de neoconservador. Socialdemócrata, neoconservador, ¿qu'est-ce que ça veut dire? Anyway, apostaría doble contra sencillo que los que más opinaron al respecto fueron los menos interesados en leer el libro. Lo de siempre, en definitiva.

Yo, por supuesto, tampoco lo he leído, pero hubo una temporada en la que me harté a ver al autor en todo tipo de entrevistas y debates y, una cosa puedo asegurarles, es un tipo dotado para la comunicación. Todo, o casi todo, lo que le escuché me sonó a razonable, aunque, por otra parte, no eran sino ideas que yo venía de muy atrás presintiendo y acariciando. Quizá desde que tomé conciencia de lo que en realidad había supuesto la crisis de los misiles del año 62 en Cuba. Nada como aquello para alertarnos de que en adelante las chulerías ya sólo tendrían lugar en los pequeños pueblos apartados de la montaña en donde todavía se pelea a navaja. En las capitales del mundo, ya, sólo se juega al póker. 

En eso consiste el fin de la historia, en jugar al póker sin llevar armas al cinto. No por nada sino porque todos los jugadores saben a ciencia cierta que es imposible ser más rápido sacando que el contrincante. Ahora todo es cuestión de rachas. Las tienes buenas o las tienes malas pero siempre a condición de no poderte levantar de la mesa. Las chulerías, por así decirlo, han quedado ya en meros faroles.

Se me vienen a las mientes estos desbarres a causa del mortal aburrimiento que me asalta cada vez que veo un telediario o leo un periódico. Siempre lo mismo: pequeñas historias de lo que pasa en los pueblos perdidos de la montaña. Pequeñas historias para tener entretenida a la gente pequeña mientras la gente grande acondiciona la gran mesa para que de jugar al póquer se pase a jugar al burro. O sea, todavía menos neuronas serán necesarias en adelante.

Oí decir no hace mucho a un tipo realmente grande, un tal Greenspan, que de dos cosas estaba seguro: una que acabará habiendo una moneda única para todo el mundo; dos que él no lo vería. Claro, él es un tipo muy viejo ya. O sea, que es muy probable que los de mediana edad vean llegar ese momento. El camino está trazado. Ayer mismo me enteraba de que hay una cosa que se llama TiSA que se dedica a organizar el tinglado de tal manera que, cuando se hayan culminado todos los acuerdos, los hijos de Pujol ya no tendrán que andar de aquí para allá con las maletas cargadas de dinero. En adelante les bastará un click de su ratón para poner sus rapiñas en cualquier banco de los cincuenta países que entran a formar parte de esa cosa que, como digo, se llama TiSA. Si eso no es acabar con las fronteras, venga Dios y nos lo explique. Y sin fronteras, a quoi bon tantos tipos de monedas.

Sí, la Historia ya no está en manos de la humanidad. A no ser que caiga un meteoro o vengan los extraterrestres ya está todo cantado. Por aquí, en estos países del TiSA, que pronto serán todos, si tienes trabajo, trabajas y te entretienes  y, si no lo tienes, al balneario a aburrirse. Es lo que hay y que nadie se haga ilusiones de que pueda ser de otra forma.

  

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