jueves, 5 de marzo de 2015

El hedor de los rezagados



Me paro en un artículo que lleva por título "casi mil librerías cierran en el último año". Una catástrofe al parecer, sobre todo porque desaparece el tejido cultural que fomentan. ¡Tejido cultural, ya te digo! Yo, cuando oigo a alguien recurrir a la palabra cultura para lamentarse, siempre me acuerdo de aquel artículo, "la cultura, ese invento del Gobierno" que escribiera Sánchez Ferlosio cuando los socialistas, recién llegados al poder, empezaron a propagar el consumo de cocaína por los pasillos del Palacio de la Magdalena. ¡Qué tiempos aquellos, para algunos, que no volverán!

Apoyo, ayuda y subvenciones. ¡Toma pleonasmo! 150.000 € les has soltado Rajoy, que no es que los desprecien, pero qué es eso frente a los 4.000.000 que ha dado Hollande a los libreros franceses. Claro, hay que tener en cuenta que si en España la cultura es un invento del gobierno, en Francia es invento y medio, lo cual, que todo es poco para tener con el estómago lleno, o convertidos al panglosismo si mejor quieren, a todos los que demuestran tener alguna capacidad para soltar el rollo. 

El caso es que uno se monta en el metro y ve a montones de personas leyendo, muchos en tabletas. Y yo me pregunto entonces, ¿qué diferencia cualitativa hay entre el paso del libro a la tableta del que hubo en su día cuando la gente dejó de usar el burro y se subió al coche? No veo ninguna, la verdad. Se acabaron las ferias de burros que había todos los meses en las cabeceras de comarca y empezaron a abrir concesionarias de coches por todas las aglomeraciones urbanas. Lo mismo que ahora cierran librerías y abren sin parar páginas web en donde puedes comprar de todo menos una novia, o novio, que eso es patrimonio del alma y el alma, ya saben, es patrimonio de la cartera. 

En definitiva, estamos en las mismas de siempre: el mundo avanza y hay gente que se quedó dormida en los laureles a causa del inigualable poder hipnótico de la acumulación de privilegios. Los libreros han tenido muchos, como el precio fijo o el monopolio de los libros de texto, y por eso no se preocuparon de digitalizar los libros y fabricar tablets, dos cosas que no requieren ni grandes conocimientos, ni grandes inversiones, sólo estar al loro. Y ahora, muertos vivientes, se arrastran por las plazas dejando a su paso el insufrible hedor de la descomposición. 

No digo yo que no estemos en una de esas etapas de la historia en las que todo avanza demasiado rápido y por tanto que exigen redoblados esfuerzos para no quedar atrás. Pero, por así decirlo, son cosas de la naturaleza que no van a cambiar porque disparemos al cielo.  Así que mejor adaptarse a la corriente en la medida de las propias fuerzas: si son muchas vas por el centro, donde mayor es el flujo, si son pocas, por las orillas, donde te puedes demorar, cualquier cosa, en fin, antes que acogerse a lo seco y empezar a propalar el hedor de los rezagados.  

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