Afortunadamente ya va de retirada y, como no podría ser de otra forma en un iletrado, haciendo el ridículo. Han sido unos años apestosos: entrases al restaurante o bar que entrases a comer un fin de semana tenías que tragarte el sonido exasperante de las carreras de coches. Un día María le pidió a un camarero de un bar de Los Corrales de Buelna que si por favor podía bajar el volumen. El tipo se revolvió como si le hubiesen puesto una pica en la cerviz. !Es que es Fernando Alonso! Por supuesto no bajó el volumen y nosotros nos fuimos de su comedor desierto. Pues bien, parece ser que el tal Fernando ya hace tiempo que no gana nada porque, sencillamente, se le ha pasado el arroz. Pero como español principal que es, y no sé si también honrado, la sostiene y no la enmienda con lo que, como digo, no para de hacer el ridículo.
No hace mucho escuche una entrevista en Blomberg al que es considerado el pope de toda la teoría que hay alrededor del coche. Sostenía que hace mucho ya que la Fórmula 1 es un anacronismo que no aporta nada a la innovación tecnológica. De continuar, sostenía, tendría que ser de coches eléctricos, aunque a eso le auguraba poco futuro por el poco ruido que meten este tipo de coches. El nivel intelectual de las personas que acuden a los circuitos, argumentaba, se compagina mal con lo silencioso.
Sea como sea, el Fernandito de los cojones ya no gana una y yo que me regocijo porque esos domingos que salimos en bicicleta y recalamos en cualquier bar de carretera a comer ya no hay que tragarse carreras. La gente de este país tiene una muy particular manera de relacionarse con el héroe. Así, lo mismo que le levanta a cimas siderales cuando los vientos soplan favorables, le hunde hasta los infiernos de la denigración a nada que se revire la fortuna. Es la ley de la chusma que no perdona.
Pero lo mejor y más ejemplarizante de todo esto es la manera en que Fernandito está llevando a cabo su retirada de los podios: echando la culpa a todo el mundo con tal de no reconocer que la digestión del éxito le ha vuelto fofo. No hay más que verle haciendo por ahí a todas horas de señorito advenidizo. Quiera Dios que no se mate en una de esas o le quede un rostro a lo Niky Lauda.
En fin, no se a cuento de qué les traigo a colación tales historias. Quizá es que anoche, cuando salí a dar mi cotidiano paseo nocturno por la corniche, me vi sorprendido por la mayor explosión de decibelios que nunca pude imaginar. Era una especie de mascletá valenciana pero que se prolongaba en el tiempo. Cientos de camiones pesados, ataviados para la ocasión, recorrían la corniche haciendo sonar sus bocinas como si nos quisieran anunciar algún tipo de epifanía. Yo ya no sabía que hacer salvo alejarme con las palmas de las manos tapando los oídos... y pensando que no será porque el Gran Ortega no nos lo haya advertido con la suficiente antelación: las masas se revelan con la sola finalidad de hacer la vida imposible a quienes albergan pretensiones de individualidad.
Ya digo: volar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario