A veces me pregunto si no será que estoy viviendo en Macondo. Llueve y llueve y llueve y nunca deja de llover. Es lo más parecido a una maldición divina y sin embargo los próceres de la patria no vienen a consolarnos como sería su obligación sobre todo en periodo preelectoral. Se ve que ellos no lo ven así. Para ellos maldición divina es que a un avión le falle el tren de aterrizaje, el sistema de presurización o lo que sea que de con él contra una cadena montañosa. A mi juicio se equivocan. Supongo que la cosa empezó cuando los putos curas empezaron con lo de la infalibilidad del Papa. Hay que ser absolutamente cretino para albergar la pretensión de que algo humano puede acceder a la categoría de divino. Pues bien, ahora estos putos políticos hacen como si sólo la intervención malvada de los dioses puede justificar un fallo en la infalibilidad de la técnica. Y, entonces, se revisten de chamanes y van al lugar de autos a oficiar una ceremonia expiatoria. ¡Y luego dicen que el sentido religioso de la vida ha muerto en occidente! Al respecto, estamos en donde estábamos y presumo que tenemos the god delusion para rato.
La técnica, al parecer, según los políticos, sirve para todo menos para que deje de ser infalible lo de llover en Santander. También es mala pata. Ni siquiera me sirve de consuelo aquella condicional que en su día lanzara el genio catalán Eugenio d´Ors. Dijo que todos los males de España se solucionarían si se pusiese a llover y no parase en tres años. Suponía él que la gente, forzada a estar en casa y por aquello del letal aburrimiento que tal obligación produce en el español normal, tarde o temprano, tratando de liberarse un poco, caería en el nefando vicio de la lectura al que él atribuía virtudes salvíficas. Mucho suponer en cualquier caso, seguramente por falta de experiencia. Si en vez de en Barcelona hubiese vivido aquí nunca se le hubiese ocurrido decir tal cosa, por lo menos en lo que hace a la premisa. No tres sino cien lleva lloviendo aquí y la gente saca a pasear el perro, coge olas, toma vinos, mete ruido, lo que sea, con tal de no agarrar un libro. Y por otro lado, lo de las virtudes salvíficas habría que matizarlo, que ya nos advirtió el sabio Nosequién de los perversos efectos de la lectura compulsiva, sobre todo si se da en el pequeña provincia, que produce una forma de erudición que deja estéril el cerebro para el razonamiento útil.
En resumidas cuentas, que una cosa es lo que está en nuestras manos y otra es lo que no esta y eso nunca va a cambiar vayan o no vayan las autoridades al lugar de la catástrofe a elevar rogativas a los dioses. Así que lo único que nos queda por hacer es aprender a distinguir y luego obrar en consecuencia. Porque, donde esté el secano que se quite todo lo demás. Sobre todo si te gusta andar en bicicleta.
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