sábado, 7 de marzo de 2015

¡Qué muhe!



Suelen ser las compañías las que hacen que te decantes, o te aficiones, por una cosa u otra. Supongo que será porque la mayoría tenemos, como se suele decir, poca personalidad. En fin, lo que sea, porque el caso es que hace unos treintaitantos años, residiendo por entonces en Barcelona, tuve unas frecuentaciones que me metieron el veneno Shakespeare. Estuve meses que no tenía cabeza para otra cosa. Y como una cosa lleva a otra, no tardé en quedar preso en las redes de Plutarco de las que me costó escapar casi años. Fuese el uno como un licor de alta graduación  y el otro como un vino suave, lo que cuenta es que cuando un día paré de beber de esas fuentes tenía la sensación de estar perfectamente al tanto en lo que hace a esa importante parcela de la condición humana que tiene que ver con la ambición y todo lo que de ella se deriva. El poder por resumirlo en una palabra. 

Pues bien, después, como cualquiera, he visto películas tratando del tema que siempre me han aburrido. Que si el Ala Este, que si el Ala Oeste de la Casa Blanca, nada nuevo en definitiva. Toda ambición es fáustica por naturaleza, pero si uno no percibe al diablo, como en Breaking Bad, por poner un ejemplo esclarecedor, su relato es un verdadero rollo. Como todas esas historia de mafia que tanto se parecen a las de nazis y a las de perros, en donde todo gira alrededor de la lealtad ciega. No se aprecia la menor chispa de inteligencia en eso y, por tanto, de diablo matando moscas con el rabo. 

Y en esas estando llegó "Borgen". ¿Por donde asoma el diablo en esta serie para que me tenga tan enganchado? Llevo tres días durmiendo cuatro horas porque no puedo soportar la idea de estar en la cama mientras la pasan por ARTE. El magnetismo de esa mujer. Ambición e inteligencia: el arte de la guerra. No en vano menudean las sentencias de Sun Tzu. Nada nuevo, salvo quizá, que en este caso Lady Macbeth ejerce el poder sin marido interpuesto. Quizá es lo perfecto. Rajoy lo ha comprendido y ha elegido a dos ladys para bregar por Madrid. Porque todo es al revés de lo que parece: las que llevan en los genes la ambición del poder son las mujeres y no los hombres. Sólo hace falta, eso, poner a un lado a sus maridos para que su energía se muestre en todo su esplendor. A lo mejor, pienso, tiene que ver con eso que ahora los cursis llaman inteligencia emocional. O sea, hablando en plata, capacidad para controlar las emociones por medio de la razón. Dicho de otra manera, ser frío como un pez o, también, tener el corazón de piedra y, por supuesto, saber aparentar lo contrario, o sea, el dominio del arte de hacer política en la que nos dan sopas con ondas a los hombres... no por nada sino porque los hombres, que sabemos analizarlo todo tan bien, estamos tan cargados de puñetas, que a la hora de actuar lo más probabable es que la caguemos.  

Les pondré un ejemplo. El ministro Wert dice verdades como puños: las familias no tienen dinero para estudios porque prefieren gastárselo en otras cosas. Sólo un cretino podría no estar de acuerdo con eso. ¿Pero es políticamente rentable decir eso? De hecho ha levantado un revuelo considerable porque a la mayoría de la gente, la chusma si quieren, si les quitas de pensar que son buenos y que siempre se ponen del lado de los desfavorecidos, les hundes en la miseria. Es un sentimiento prefreudiano, bien sure, pero ahí está instalado en enormes capas de población y un político tiene que saberlo.  

En fin, que qué vida la de esa gente. Sin duda debe ser apasionante porque, si no, no se entiende que resistan. En cualquier caso, qué difícil y qué dispendio de energía de todo tipo. Merecen un respeto por más que a alguno de vez en cuando se le vaya la mano a donde no debe.   

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