miércoles, 4 de marzo de 2015

La casta



Sin duda, de todas las majaderías que corren por ahí, unas de entre las mayores y más peligrosa es esa de llamar "la casta" a los políticos. La casta, como si fuesen algo aparte de todos los demás y, por supuesto, despreciables. Es como si sin ellos, la impecable ciudadanía que no tenemos reproche que hacernos en cuanto a hábitos y costumbres, viviríamos mucho mejor. Para que nos entendamos, no ha habido en el mundo movimiento ciudadano que empezase llamando casta, o basura, a los políticos que no haya terminado en un puro fascismo. Si por añadidura a los políticos se incluye a los empresarios, todavía se acaba peor: a la falta de libertad hay que sumarle la ausencia de género en las estanterías de los supermercados. Así que, ¡ojito! Todos tenemos el deber moral de parar en seco el discurso de cualquiera que nos venga con fantasías de tipo we can. Debemos recordarle que debe conformarse con poder el mismo con sus estudios y dejar a los demás en paz. O sea, que cambie el we por el I que es tanto como pasar de borrego a individuo. 

Pongamos hace aproximadamente 55 años. Un grupo de adolescentes se sube al tren en Santander a las dos y cuarto de la tarde para ir a examinarse de Preuniversitario a la Universidad de Valladolid. Por la meseta hace un calor sofocante. Vamos y venimos por los pasillos abarrotados. Salimos a la plataforma y nos sentamos en las escalerillas de acceso al vagón a fumar cigarrillos. Comentamos sobre la perra vida de los campesinos que doblan el espinazo sobre los campos dorados. Se pone el sol y todavía estamos en Frómista. Tendrán que dar las doce antes de que lleguemos a la estación de Campo Grande. 

No hace falta señalar lo que tarda hoy día en llegar el tren a Frómista ni como viven los antiguos campesinos convertidos en empresarios agrícolas. Es un salto gigantesco que se debe, sin duda, al esfuerzo de todos, pero nunca debemos olvidar que ese esfuerzo hubiese sido baldío de no haber estado convenientemente pilotado por alguien, los políticos en definitiva. Porque, en contra de lo que se quiere dar a entender por algunos, también cuando lo de Franco hubo políticos que demostraron con hechos que sabían hacer su trabajo si por política entendemos el arte de mejorar el nivel de vida de la mayoría.  

Respecto a los políticos actuales, me quito el sombrero. Para empezar, llevan una vida perra, siempre de reunión en reunión de las de tira y afloja. Hay que tener una pasta especial para sobrevivir a eso. De acuerdo que algunos se aprovechan de sus contactos para sacar provecho personal más allá de lo que es legal, pero, no nos engañemos, no hay profesión que se libre de esas prácticas delictivas. En cualquier caso, los porcentajes de choriceo frente al computo general de lo que manejan es ridículo. Esta sociedad de hoy día es escandalosamente rica y el volumen de los intereses que tienen que concertar los políticos es estratosférico. Y de esa concertación acertada es de donde se deriva este nivel de vida envidiable para una inmensa mayoría de los ciudadanos. 

Efectivamente, las cosas se podrían hacer mejor y es obligación de todos procurar que así sea. Para eso tenemos los mecanismos de la democracia que, con todos sus defectos, tiende a una continua corrección de los errores. Si un político resulta ser un fiasco, no dura. Otro viene a sustituirle que desfacerá los entuertos para que la nave avance. Y, cada vez más, las ideologías se funden y la demagogia va quedando en agua de borrajas. Al final, en la opulencia, el político, venga de donde venga, es un gestor de la riqueza con todo lo que eso supone de trabajo agotador. 

En resumidas cuentas, que si los políticos son casta, pues bendita casta entonces. Critiquémosles lo que haga falta, pero, por favor, paremos en seco el discurso  de quienes tratan de demonizarles porque lo de los chivos expiatorios suele ser muy peligroso cuando las vacas son flacas. Y cuando son gordas, por simples razones estéticas: nada más zafio y pueril que eximirse de responsabilidad echando la culpa a otros. 

En fin, saben, ayer pasaron por ARTE una biografía de Churchil. Sangre, sudor y lágrimas, el precio de la libertad. Bien, ahora parece como si lo más natural sea que tengamos todo esto que tenemos. Pero no lo es, sigue siendo necesaria la sangre, el sudor y las lagrimas de mucha gente para mantener el tinglado. Mucha gente, con los políticos a la cabeza. No lo duden. 

2 comentarios:

  1. Como sabes, a veces me toca bregar con algún rector de universidad de provincias. Recuerdo la primera vez que vi su agenda: a las nueve de la mañana, desayuno de trabajo con fulanito de tal; a las nueve y media reunión con menganita de cual... así hasta las once de la noche en que acaba en una cena con la cofradía de tunos de las universidades españolas. Ni fumando grifa aguantaría yo una semana, no tanto por el ritmo, sino por el hastío. Generalmente este es el ritmo que llevan durante los ocho años que les duran los mandatos. Luego no te diré cuando se pasan una semana por esta tierra en la que vivo: todos los días visitando tres universidades, dando el mismo discurso patatero, escuchando el mismo rollo triplicado. Desde luego que debe de ser verdad: esto del poder tiene que enganchar más que la coca, porque si no, no se entiende.

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  2. Así es. Sin embargo, de esos viajes de los rectores seguramente salen acuerdos de cooperación y cosas así tan necesarias. Desde luego que hay que valer para ello, lo cual no implica especial capacitación académica sino, quizá, todo lo contrario. Un caso como otro cualquiera de división social del trabajo.

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