Anoche escuchaba a Blomberg pontificando en su propia televisión. Se le notaba acalorado. Pensé que a lo mejor le daba cualquier cosa porque el tipo tiene sus años. Últimamente se prodiga mucho por los platós de las grandes cadenas internacionales que, in my humble opinion, son en las únicas que de vez en cuando se ve y escucha algo interesante.
El caso es que Blomberg no estaba diciendo cosas del otro mundo, pero viniendo de quien venía y desde donde venía parecían de una cierta trascendencia. Divagaba acerca de la ya famosa cumbre del clima de París de la que opinaba más o menos, de forma educada, eso sí, que no había servido para absolutamente nada. Cuándo cambian las cosas, se interrogaba, pues muy sencillo, cuando la gente lo exige porque se siente incómoda con lo que hay. Y contaba sus experiencias como Alcalde de New York. Todo lo que se hizo allí hasta convertirla en la ciudad con mayores y mejores expectativas de vida de todos los EEUU fue por la presión y trabajo de los movimientos ciudadanos. Si la gente decide que prefiere huertos a aparcamientos quiere decir unas cuantas cosas, pero sobre todo que está dispuesta a madrugar un poco más para tomar el trasporte público en vez del coche privado. Esa es la cuestión, que todo es a cambio de algo. Elemental... y sin embargo, aquí...
Madrid, tal que ahora, con los días entrañables a la vuelta de la esquina, parece una ciudad pleistocénica. Tiene su encanto verlo, pero al segundo pase cansa una barbaridad. Se ve que la masa crítica de demandantes de modernidad es irrelevante. Sin duda es un problema de ilustración. Ayer por la tarde paseábamos por delante de lo que fuera en los años sesenta Instituto Goethe. Recordé que por aquel entonces se había interpretado allí el concierto 4 33 de John Cage. Se lo oí comentar a unos compañeros de curso que habían hecho el bachillerato en el Colegio Estudio. Me los solía encontrar en los conciertos del Español y siempre eran amables, pero con ineludible vocación de distancia. Pues bien, a lo que iba, John Cage pasó por Madrid en los sesenta, pero Madrid todavía no ha pasado por John Cage a estas alturas del XXI. Y lo que te rondaré, morena. La gente sigue prefiriendo la Pastoral de Beethoven y los boleros de Machín. Por no hablar de esa juventud añosa que se pirria por las rokanrroladas del Boss.
En fin, allá cada cual con sus opciones de felicidad, pero me temo que en el pleistoceno no se va a cumplir ni una. El mundo evoluciona veloz y si no te adaptas, mueres aunque parezca que vives. No, no me puedo imaginar a Cage sobreviviendo en medio de toda esta chatarra de colores. Ni a Cage ni a mí. Me voy ahora mismo, por tanto, a sacar un billete para 4 33.
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