jueves, 10 de diciembre de 2015

La vejez

Todavía leo algo. Y de vez en cuando veo una película. Y es curioso, porque ese casi nada que leo y veo por comparación a épocas ya lejanas me deja la cabeza completamente saturada. Como comprenderán no puedo achacarlo a otra causa que a mi condición de viejo. Y no es que piense que por ello mis neuronas hayan perdido conexiones, que también pudiera ser, y por eso pueden procesar menos información, no, lo que juraría que me pasa es que cualquier nueva información que llega al cerebro se siente de inmediato abrumada por el peso de toda la experiencia acumulada relativa a dicha información. Trataré de explicarme.

Anoche vi una película americana, Random Hearts, que como su nombre indica trata de lo que pasa en los corazones, es un decir, de la gente corriente. Como yo, un suponer. Los protagonistas, dos fieras de la interpretación, Harrison Ford y Kristin Scott Thomas, se ven sometidos a la presión de unas circunstancias desagradables con la única finalidad de resaltar y alargar la natural tensión sexual que se da en todo proceso de enamoramiento entre dos personas. Algo en lo que cualquier persona normal se ha visto implicada una o varias veces. Así fue que anoche pasé dos horas en las que cada sí y cada no la descarnada verosimilitud de la interpretación me despertaba recuerdos a Dios Gracias ordinariamente dormidos. Recuerdos de situaciones parejas, de una extraña agitación mental supongo que producida por una inequívoca identificación del objeto del deseo... y no sólo sexual. La esperanza de una cierta felicidad futura ligada a la consecución de ese deseo. Y luego, claro, el recuerdo se prolonga más allá de la consumación. Y ahí es donde, con la amargura consiguiente, la razón vuelve a ganar el terreno que le había robado la esperanza. Y puede que entonces maldigas el haber ser sido tan iluso. En fin, ya digo, una catarata de emociones por delegación, pero emociones al fin y al  cabo que te dejan colmado para una buena temporada. 

La vejez es eso, el peso de la experiencia lastrándolo todo. Empezando por la inteligencia. Que no por otra cosa es que que casi todos acabemos convertidos en Abuelos Cebolleta. En fin, si los dioses acaso te concediesen conservar un ápice de curiosidad... hacerte consciente de que en realidad no sabes nada ni tienes nada interesante que contar... y un poquito de voluntad para ponerte a la feina de descubrir lo que sea... entonces, quizá mereciese la pena seguir camino 

2 comentarios:

  1. No sé qué decirte. La vejez más triste, me parece, es la de algunos de mis alumnos veinteañeros: ninguna curiosidad, ningún esfuerzo, ninguna autodisciplina. La noche enfrascados en la pantalla del videojuego, el día dormitando a causa de la vela hasta llegar la madrugada del día anterior. Quizá sea yo el que se acerca a la edad del abuelo Cebolleta...

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  2. Pienso que tu condición de profesor puede estar distorsionando la visión del asunto. Demasiada cercanía quizá. Sin embargo, desde mi lejanía veo una juventud deslumbrante en posesión de conocimientos que les permiten andar por el mundo como Perico su casa. Claro que, putos vagos y señoritos de papá siempre ha habido y habrá. Son los futuros resentidos que terminan por hacerse falangistas de Podemos o similares. Los pobrecillos.

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