viernes, 11 de diciembre de 2015

Titanes de la perfección moral

Me he enterado de que tanto el líder del Partido Socialista como el de Podemos, esos dos autoproclamados titanes de la perfección moral, han hechos comentarios poco caritativos, cuanto menos, acerca de la estatura física, que no mental, de la Vicepresidenta del Gobierno, Sra. Sáez de Santamaría. El asunto, supongo que para disgusto de los dos graciosos, apenas ha tenido resonancia. Es lo normal cuando el presunto ofendido sobrepasa en varios largos de inteligencia al ofensor. A palabras tontas, oídos sordos. No hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Etc., etc..

Sin embargo, in my opinion, este tipo de sucesos al estar relacionados, pienso, con los instintos más primarios pueden dar pie a la reflexión sobre las humanas debilidades y, en su caso, llegar a algunas más o menos ciertas conjeturas, que no conclusiones. Debilidades sin duda relacionadas con la escasa capacidad de control que ejerce la razón cuando el animal que llevamos dentro se ve abocado a una actitud de lucha. 

Así es que sería gran tontería ponerse a negar ahora la enorme influencia que sobre la psique de cada cual tienen las proporciones más o menos áureas de su cuerpo. Tanto al que las tiene bien aquilatadas como al que no, nunca se le van de la cabeza las ventajas o trabas que de su constitución física se derivan. Ligar o no ligar por la cara, esa es la cuestión. Y de ahí el estúpido orgullo de los unos y el paralizante resentimiento de los otros. La condición animal en estado puro. El infalible camino hacia el despeñadero.

Pero no se apuren. Sobre esto, como sobre casi todo, se pueden aprender un montón de cosas prácticas siguiendo las clases que Critilo le impartió a Andrenio. La suerte de la fea, la guapa la acaba por desear, le vino a decir. Acostumbrarse de joven a no necesitar trabajar las armas de seducción es quizá la mayor desgracia que le puede ocurrir a cualquiera. Porque sin esas armas bien desarrolladas, cuando ha pasado el tiempo que iguala todo lo físico, el antiguo guapo, o guapa, se convierte en un pingajo. En nada se parece, desde luego, al antiguo feo que también vagueó en su juventud, porque, éste, no tiene que sufrir los costes del haber venido a menos. Por lo demás, la rabia o resentimiento del feo no es raro que se convierta en motor de aprendizaje y, por tanto, fuente de poder futuro... aunque, por más lejos que se llegue, sospecho que el poso que esa rabia o resentimiento primerizo dejó casi nunca se extingue del todo... y, ahí, sí que es la inteligencia la que cuenta para que no se note el resquemor. 

En resumidas cuentas, que a esos titanes de la perfección moral les fue tan fácil avanzar en sus primeras escaramuzas gracias a su palmito que no tuvieron oportunidad de verse obligados a reconsiderar sus estrategias. Y ahora, cuando se tienen que enfrentar a quien sí se vio obligado no encuentran dentro de sí más armas que las puramente animales. Las de la berrea: soy más alto y guapo que tú. 

Por lo demás, no entiendo por qué demonios la Sra. Santamaría tiene que recurrir a esos ridículos coturnos. Seguro que la incomodidad física que por fuerza le tienen que proporcionar le resta capacidades mentales. Pero, el caso es que ahí están, demostrando una vez más que incluso para las mentes más brillantes es difícil obviar la suposición de que tira más pelo de coño que soga de marinero... que, en definitiva, las armas de seducción no están exclusivamente en la cabeza como ingenuamente llegamos a creer aquella ya mítica generación de los sesentaiocheros, cuando los tacones quedaron relegados al ámbito de lo más cutre. 

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