martes, 22 de diciembre de 2015

Junto a la barra de un bar



Sabido de sobra es que El País es la hoja parroquial del sector más dionisiaco de la población y que el Sr. Savater es uno de entre sus más brillantes, si no el que más, gurús ideológicos. Pues bien, hace unos días Savater se despachaba con la clarividencia que le caracteriza en contra de la fecundación artificial para parejas homosexuales. Satisfacer deseos a costa de terceros, en este caso el niño, es una monstruosidad, argumentaba. Mutilarle de entrada, porque a mí me da la gana, de una de las dos referencias fundamentales, padre o madre, sólo le puede parecer normal a cabezas de chorlito. En fin lo que va de soi para cualquiera que no cultive su pensamiento junto a la barra de un bar… exaltación de la amistad, cantos regionales, tuteo a la autoridad y todo eso. 

Y entonces me dije, pues ya ha tardado el Sr. Savater en empezar a escarnecer a los que daba la impresión que consideraba sus correligionarios. Porque eso es lo tremendo, que una cabeza como la de Savater pueda dar la impresión de tener correligionarios, es decir, que tiene creencias. Yo sé que no, pero vete tú a explicarle eso a una colla de dionisiacos que vegeta junto a la barra de un bar.

Algo está pasado en este país, y muy bueno por cierto, me dije al leer el artículo de marras. Que se empiece a zurrar a los dionisiacos desde su bendita hoja parroquial es paso previo indispensable para que algún día lleguen a comprender que existe lo otro, es decir, un tal Apolo, que no va a los bares, y sin cuya amistad difícilmente vamos a poder algún día hilar dos pensamientos de forma inteligible.

Y ya se lo he dicho mil veces, que no es que quiera yo meter a Dionisos en el trullo. Ni mucho menos. Pero una cosa es ésta y otra darle la importancia que se le ha llegado a dar, como si no hubiese otra forma de afrontar el ocio que cultivando su amistad. Sí, por Dios, estamos pasados de rosca, y no de otra causa nos vienen estos lodos tóxicos que gripan la maquinaria política de la nación. 

Exceso de Dionisos, da igual iglesias que bares. Su abuso produce el mal de las alturas. Creer que eres lo que no eres. Que sabes lo que no sabes. Al final piensas que todo lo puedes –Podemos- y que si no lo haces es porque un maldito apolíneo te lo está impidiendo. Entonces vas y le odias, te dejas coleta y cierras el círculo… junto a la barra de un bar, bien sure.


Por cierto, hoy me toca eucaristía. Cojo la botella y salgo pitando.

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