jueves, 24 de diciembre de 2015

Cuento de Navidad


En Nochebuena ya no suenan las zambombas. Ahora la chusma explota petardos para que esto parezca Siria que es lo que está de moda. Bueno, Siria o Yorshire, porque como las explosiones ponen nerviosos a los perros, y hay unos cuantos, a veces parece que hay una jauría persiguiendo al zorro. Bueno, me dirán, al fin y al cabo el Niño Dios sólo viene una noche al año, así que… ¡y una leche! Aquí por fas o por nefas siempre hay jolgorio nocturno. Y si no ya se encarga la vecina de arriba con su alegre taconeo a las cuatro de la mañana, la muy zorra, que a saber de dónde viene.

Sí, este año que ahora entra, si Dios me da salud, voy a poner todos los medios a mi alcance para liberarme de esta plaga del ruido nocturno. No sé todavía cómo, pero juro por cien mil demonios hirsutos, que lo voy a conseguir. Y no por nada sino porque de entre todas las cosas que me hacen la vida agradable, una de las que más es el silencio nocturno. Me da igual si duermo o no duermo con tal de que haya silencio. Si no duermo me levanto, doy paseos, pienso… y acaso me pongo a escribir. Si no tuviese vecinos tocaría la guitarra. Pero si no duermo porque hay ruidos, me encabrono y proyecto tonterías. Y a veces las llevo a cabo. Y menos mal, porque de lo contrario seguro que ya estaba muerto… si es que no lo estoy ya y todavía no me he dado cuenta.

En cualquier caso, qué bueno estar aquí, libre de compromisos, escribiendo estas chorradas después de haber cenado unas acelgas hervidas. Sin tele ni mandangas por el estilo, abandonado a mis absurdas ensoñaciones. Y dentro de un rato, cuando la gente ya cene, bajaré hasta la playa y tendré por única compañía el rielar de la luna sobre el mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario