lunes, 10 de junio de 2013

¿Cómo es posible?



Fue en enero del 60 del siglo pasado cuando me instale en la Pensión Leonesa de la calle Correo de Valladolid para proseguir mis estudios de medicina. Cómo llegué allí sería largo de contar, pero desde luego lo que sí les puedo asegurar es que aquel era un lugar pintoresco donde les haya. Se trataba de un patio renacentista castellano en cuyos bajos estaban los almacenes, en la primera planta los servicios y en la segunda las habitaciones cuyas ventanas se abrían a las balconadas que rodeaban el patio. Creo que todavía se conserva más o menos igual aunque se dedique a otros usos.  La clientela era de lo más variopinta, desde coristas y músicos del cabaret Alaska que había en la plaza Cantarranas hasta representantes de comercio, vendedores callejeros de temporada y comisionistas de toda laña, pasando, obvio es decirlo tratándose de Valladolid, por la representación estudiantil que es a donde yo quería llegar. 

Entre los estudiantes había dos procedentes de Venezuela: Saud y Pedro Mejía. Saud, sin duda de origen árabe, vivía allí acompañado de su mujer y dos niños de corta edad. Se había estancado con la Anatamía de segundo y ya iba para seis años que duraba el trance. Por lo demás, se dedicaba a diagnosticar a diestro y siniestro con una seguridad que a los recién llegados a la ciencia de Galeno nos apabullaba. Pedro, por su parte, ya iba por el cuarto año de primero de derecho. En su caso el atasco estaba provocado por esa "vaina" del Derecho Romano. Las alambicadas reglas nemotécnicas que ideaba mientras tomaba el sol en los balcones del patio renacentista no le servían para nada. Pero no parecía afectarle demasiado. Lo suyo era contar historias, como su padre que, por cierto, era el más cotizado amenizador de velorios de toda Barcelona. ¿Ves aquellas dos pulgas peleándose en aquella montaña? No, pero las oigo. Cosas así contaba su padre en los velorios y todos los asistentes se desternillaban. Claro que, por lo visto, en los velorios se bebía mucho. 

Pedro y la familia Saud se llevaban bien y hacían mucha vida aparte. En las largas y frías tardes del invierno castellano solían recluirse en la habitación de los Saud. Como por aquel entonces lo de la calefacción era inimaginable Saud y su señora se metían en una cama, Pedro en otra  y los niños en sus cunitas. Cuando a Saud y su señora les apetecía ir en coche no había problema porque Pedro les seguía en bicicleta. Luego, durante la cena, Pedro nos contaba con todo lujo de detalles como, en ocasiones, incluso les tomaba la delantera. 

Pedro tenía una novia en Vallecas, la Trini. De vez en cuando iba a verla y nos veíamos privados de sus historias por una semana o más. Otras venía la Trini con su madre de carabina, cosa, por otra parte, bastante chusca porque Pedro y la Trini se pasaban el día en la cama venga y dale. Y así, entre idas y venidas, un buen día le llegó a Pedro un telegrama anónimo en el que se le indicaba que la Trini se la esta pegando. Entonces Pedro, sin pensarlo dos veces, cogió, se puso una gabardina burberry, un sombrero de ala ancha, unas gafas oscuras, y se fue para Vallecas a espiar las andanzas de la Trini. Al cabo de una semana pudimos ver a Pedro y la Tini entrar triunfantes por el patio renacentista recién casados. Pocos meses después, cuando Silvano y Olvidito, los patrones, bajaron de madrugada a la cocina para preparar los desayunos se encontraron sobre el fogón una nota caligrafiada por Pedro: "me voy porque me parece que no puedo pagar", decía. Y nunca más se supo. 

Son viejas historias ya casi en el olvido, pero al ver esas estanterías vacías me las han recordado y hecho pensar en cómo demonios es posible que en Venezuela pasen cosas semejantes. 




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