sábado, 8 de junio de 2013

Cosas de pobres



Vengo observando en los últimos tiempos una cierta insistencia por parte de los medios de comunicación en hacer una indisimulada apología del lujo. Quizá siempre haya sido lo mismo y yo lo pasaba por alto, pero me parece que no. Lo de ahora, pienso, es muy posible que tenga que ver con la crisis económica. Con la necesidad imperiosa de crear empleo. De sobra es conocido desde que Adam Smith lo señalara el enorme potencial que tiene el lujo como generador de empleo.  Un acaudalado con sus caprichos da trabajo a diestro y siniestro y por eso es tan importante que haya alguien que se dedique a señalarles objetivos originales y exclusivos, es decir, al alcance de unos pocos: el colmo de la tentación para los pobres de entendederas que, no nos engañemos, son la inmensa mayoría de los humanos tengan el dinero que tengan. 

Y es que si hay algo mal definido eso es el concepto de riqueza.  Está claro que para el pueblo llano está ligado al dinero que se posee, pero en eso, como en casi todo, está completamente equivocado. Claro, habrá quien me diga que yo no soy quien para hablar del asunto porque carezco de experiencia directa al respecto. Es verdad, pero a un cierto nivel la tengo y si a ello se le añaden mis más que probadas dotes para la extrapolación, pues, entonces, puedo concluir que la única riqueza que conozco es la del "cuanto tengo que no necesito". Y no es que lo diga yo, esa conclusión viene de muy lejos y ha aguantado los siglos, incluso milenios, sin perder un ápice de su pureza primigenia. Además, puestos ya a rizar el rizo a base de frases hechas, les añadiré que también de lejos viene la convicción de que "de balde compra el que compra lo que ha de menester".  

Concluyendo, que esto de ser rico, para tipos como yo, es algo muy relativo y siempre  en función del numero de compromisos que uno contrae y la calidad de los mismos. No es lo mismo, un suponer, comprometerse con un voluntariado cualquiera que comprometerse con quién sea para ir a cenar suspendido de un artilugio sobre la piscina de un hotel de Venecia o Barcelona. En el primer caso te enriqueces sin paliativos, lo mismo que sin paliativos te imbecilizas en el segundo. Lo cual no quita para que se deban tener en cuenta aspectos que van mucho más allá de lo personal y se sumergen en los movedizos fundamentos de la paradoja: desde una óptica adamsmithniana son mucho más provechosos para el bienestar de las naciones los imbéciles que suspenden de un artilugio para cenar sobre la piscina de un hotel en Venecia o Barcelona que no unos voluntarios que, a la postre, y como ya se apresuraron a señalarme los "proscritos de Alar" cuando yo les animaba a hacer voluntariados, no hacen otra cosa que quitar puestos de trabajo a quien más los necesita. 

  
Por todo lo cual debemos concluir que uno nunca sabe a qué carta debe quedarse, porque, a lo mejor, si todos se dedicasen al enriquecimiento personal y nadie estuviese dispuesto a imbecilizarse seguramente esto acabaría a tiros por las calles. 

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