jueves, 20 de junio de 2013

oket ontos oi



Es lo que tiene el haberse hecho ya viejo, que se cansa uno muy pronto cuando se pone a argumentar contra las viejas estupideces. Y es una pena, porque a veces tienes enfrente a personas a las que estimas y te gustaría ayudarlas. Pero es inútil cualquier intento porque son muy pocos los elegidos para sentir el enorme consuelo que representa el caer en la cuenta de los propios errores. Así lo han querido los dioses y como tal lo tenemos que aceptar. Lo dejó claro Erasmo en su "Elogio de la estupidez", que contra el amor propio nada se puede hacer porque es el encargado de sostener anímicamente a los que por falta de neuronas no pueden comprender que su precaria situación en el mundo no es culpa de nadie en particular sino sólo y exclusivamente a eso, o sea, su falta de neuronas. 

Falta de neuronas y echar la culpa a otros de lo malo que te pasa es una y la misma cosa. Es decir, que la poca inteligencia y el resentimiento siempre van de la mano. Por no hablar de la envidia... de la que muy pocos se libran. 

Así es que por estas y otras razones han brotado como hongos a lo largo de la historia de la humanidad todas esas ideologías de cariz igualitarista que so capa de bondad, e incluso justicia, no pretendían otra cosa que destruir a los más dotados para tirar del carro del verdadero progreso, es decir, el que libera al ser de dependencias y, así, le convierte en individuo. 

En fin, nunca se me olvidará un cómic de Robert Crumb en el que un tipo con aspecto socrático se dedicaba a plantar coles y otras cosas en su huerto mientras recitaba sin descanso: "oket ontos oi". Luego, al atardecer, invitaba a sus vecinos a cenar las coles y fumar las otras cosas en las largas sobremesas... y, la verdad, daba la impresión que no le iba mal al tipo. Era evidente que todos ganaban con su trato.   



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