viernes, 8 de noviembre de 2013

Cuando llegará



La primera noticia que tuve de la televisión fue leyendo la redacción que había hecho mi compañero de pupitre, un chamaco mejicano al que sus padres habían mandado a estudiar a España. Había allí una frase que describía como brillaban las antenas de televisión que poblaban los tejados. Yo le pregunté por aquello y el me explico en qué consistía el invento. Sería más o menos por aquel entonces cuando se puso de moda cantar: "la televisión/ cuándo llegará/ y yo te veré/ por televisión. Habrían de pasar unos cuantos años antes de que llegase y para entonces ya había dejado yo el colegio para pasar a trasnochar por las calles de Valladolid. Era frecuente ver a grupos de trasnochadores pegados a un escaparate en donde un televisor emitía alguna imagen después de haberse cansado de emitir rayas. Pero todo fue rápido y en menos de lo que cuesta contarlo ya habíamos dejado de tomar copas por los bares para pasar a la condición de telespéctadores en el salón que a tal efecto se habían apresurado a acondicionar todas las cafeterías. Luego, por aquello de haberme acogido a las modas progresistas que, entre otras muchas perlas, demonizaban el invento, vi poca televisión. Tuvo que llegarme la incierta sensatez de la madurez para volver al redil... con la fe del converso, diría yo. Precisamente ayer, por fin, ya desesperaba, vinieron a instalar la parabólica en mi nueva mansión y he pasado la noche creando una lista de favoritos entre los casi mil canales que emite el satélite. Bien es verdad que más de la mitad son porno y de pago, lo cual, teniendo en internet todo el quieras y gratis, ya me dirán. 

El caso es que les he contado lo anterior por estar muy de moda estos días hablar de las televisiones. Dicen unos que son servicios públicos y que por eso al hablar de su coste hay que tener en cuenta lo que llaman intangibles, es decir, esos previsibles beneficios sociales imposible de cuantificar en dinero contante y sonante. Dicen otros que son meras máquinas de entretener y, como tal, el que la quiera que la pague. O sea, los argumentos excluyentes de siempre, o, si mejor quieren, material puro y redondo para mejor lanzárselo al adversario. Pero, en realidad, hasta el más tonto de la clase sabe que las televisiones son sobre todo aparatos de propaganda, lo mismo cuando entretienen que cuando presumen de estar educando. Y la propaganda, ya saben, como todas las cosas, depende de lo que se quiera propagar. Sí es una ideología que quieres inculcar, ándate con cuidado que muchos de esos tiros han salido por la culata. Si es un producto que quieres vender, no hay mejor lanzadera. 

Y creo que así lo han entendido la mayoría de los países desarrollados y me pregunto que "cuándo llegará" a este país la idea de que para mejorar la percepción que tiene el mundo de nosotros no hay mejor procedimiento que una televisión pública emitiendo en inglés vía satélite. Hasta los franceses, lo que ya es decir, han puesto una emisora que emite en inglés para apabullar al mundo con sus paisajes, sus chateaux, sus cocinas, sus elaboradas interpretaciones de la realidad mundial. Seguro que les ha costado sudor y lágrimas, pero al final han comprendido que fuera del inglés sólo hay desierto. Todas las clases pudientes de todos los países del mundo se entienden en inglés. Y las clases pudientes son las que hacen turismo del caro y compran cachivaches de lujo. O sea, París.

Luego... ¿A qué estaremos esperando?   

2 comentarios:

  1. Esa es la cosa: que se enseñe en catalán, en gallego, en castellano, en castúo, qué más dará. Lo que importa es que la mitad de las clases, cuanto antes mejor, sea en inglés. La televisión, lo mismo, claro.

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  2. El problema es, supongo, que de donde sacas los profesores. Y los periodistas para una tele en inglés igual. Si ves France 24 ves que todos los periodistas son bilingües sin acentos. Pero por algo hay que empezar.

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