viernes, 29 de noviembre de 2013

¡Viva Mister Gadget!



Dice Richard Dawkins o Steven Pinker o cualquiera de esos que son lo más de lo más en lo que a saber sobre el ser humano hay hoy día, que somos bastante menos violentos que nuestros antepasados inmediatos. Incluso creo haber leído que alguna eminencia de esas sostiene haber descubierto la sustancia responsable de tan benéfica transformación. ¡Cómo no!, ya lo dijo Nosequién, buscad y hallaréis... ¿o era pedid y se os dará? Bueno, para el caso da lo mismo. 

La verdad es que no hay que ser un lince pare darse cuenta de que efectivamente el mundo es menos violento. Millones de personas salen a diario a dar la vuelta al mundo y vuelven a casa al cabo de quince días sin haber perdido ni un pelo de su hermosa cabellera. Evita ciertos lugares estigmatizados y encontrarás que el mundo es una balsa de aceite. Lo cual no quiere decir que no te puedas torcer un tobillo al salir de la bañera o que te caiga un satélite sobre la cabeza cuando andas de paseo, accidentes en definitiva que tan necesarios son para que los telediarios no parezcan un cuento de hadas. 

Era muy temprano esta mañana cuando, mientras paseaba el desayuno, iba pensando en estas cosas. Cruzaba la calle Goya y junto a mí iba una adolescente ensimismada con su gadget. Llegados a la otra acera, la adolescente ha besado a dos compañeras de diversa etnia que allí le esperaban con el mismo ensimismamiento. Se han besado, sí, y las tres han esbozado una sonrisa, pero en ningún momento alguna de ellas ha levantado la vista del gadget sobre el que sus dedos tamborileaban con inusitado frenesí una desconocida melodía. ¿Cómo va a ser violento un mundo, me he dicho, en el que los gadgets son tantos, tan diversos, tan asequibles, con tanto poder de atracción, de ensimismar, que no dejan a prácticamente nadie un sólo segundo libre para fijarse en lo que le duele?

Desde luego que no hay actitud que mejor defina esta época que estamos viviendo que el ensimismamiento. Todo el mundo, en su casa, en el metro, por la calle, donde sea, pasa las horas ensimismado gracias a los buenos oficios de uno cualquiera de los numerosos gadgets que ofrece el mercado a precio de saldo. Y no otra que el ensimismamiento, pienso, tiene que ser la causa de esa supuesta bajada del impulso violento que dicen los expertos. Al fin y al cabo, ensimismarse es vivir en otro mundo en el que nadie te aprieta. Algo así como la embriaguez. O la anestesia. Cuando no tienes nada contra nadie. 

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